Capítulo 19.

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Después de que atravesamos las puertas, la Ciudad de los Goblins se alzó delante de nosotros. No podía creer que estaba en aquel lugar; todo se veía tal como en la película y justo como soñé que sería. 

La arquitectura de los alrededores era muy peculiar; conservaba aquellas tonalidades grisáceas igual como las murallas y los portones que se encontraban en el exterior. Todas las casitas poseían la misma estructura y en sus entradas había uno que otro detallito, como algún faro, una carretilla o cestos con plantas.

Al caminar por la ciudad –que llegué a pensar que era más pequeña de lo que esperaba y que seguramente podría recorrerse en menos de una hora– percibí algunos animales, como gatos y gallinas. Pensé que aquello era normal ya que, después de todo, en la escena de "Magic Dance" habían algunas gallinas en el salón de trono de Jareth.

Cuando llegamos, a lo que deduje que sería la plaza central, pude observar la peculiar y asombrosa fuente, que estaba adornada con figurillas de seres parecidos a Hoggle. Pero, sin lugar a dudas, lo que robó mi aliento y captó mi atención fue el majestuoso e intimidante castillo de Jareth. Sin duda alguna, ese era un palacio digno de él.

Suspiré y pensé que me encantaría explorar aquel sitio. Imaginé que el Rey de los Goblins estaría reposando en su singular trono, y me pregunté si estaría cuidando de Max, aunque supuse que sí.

El cielo se veía tan bello e irreal, que parecía una pintura. Sus tonalidades púrpuras, azules y negras estaban difuminadas de tal manera que parecían trazos de algún cuadro. Jamás había visto un cielo tan impresionante como ese.

Noté que todo a nuestro alrededor estaba demasiado tranquilo, y debo admitir que por un momento sentí paz. Pero entonces, recordé que no debía bajar la guardia por ningún motivo.

Como si lo hubiera invocado con el pensamiento, un numeroso grupo de goblins armados nos emboscó. Cada vez se acercaban más y más goblins hacia nosotros; los que cabalgaban especies de dinosaurios, algunos que eran cañones ellos mismos y otros que contaban con lanzas.

Cuando soltaron la alarma iniciaron un ataque en contra de nosotros y, en un intento por salvar mi vida, comencé a correr y todos nos separamos, porque mis amigos también huyeron en direcciones diferentes. Parecía que los goblins se hubieran puesto de acuerdo, porque se separaron en pequeños grupos y cada uno de ellos empezó a perseguirnos por separado.

Definitivamente, el no contar con las zapatillas me ayudó a correr con mayor velocidad y a esquivar cualquier disparo que lanzaran. No mentiré, eso me aterraba, porque sentía que si mis reflejos llegaban a fallarme, todo terminaría para mí.

Afortunadamente, contaba con piernas más largas que los goblins y por eso pude correr y llevarles un poco de ventaja, para esconderme detrás de los muros de una casa. Me recargué e intenté regular mi respiración. No sabía cómo les estaba yendo a mis amigos con los goblins, pero esperaba que también estuvieran resistiendo al ataque.

De pronto, mis pensamientos se vieron turbados, cuando una voz chillona gritó:

–¡Aquí está! 

En ese momento, el grupo de goblins que me perseguía me encontró y tuve que volver a correr para escapar de ellos. Mientras huía, me percaté de que uno de ellos había dejado caer un arma que se trataba de una especie de tubo de hierro. Me agaché, lo recogí y volteé para encarar al pequeño ejército de goblins.

–¡¿Quieren pelea?! ¡Pues pelea es lo que tendrán! –grité, antes de abalanzarme a ellos.

No pretendía herir a ninguna criatura, pero aquello no me detuvo a la hora de propinarles algunos golpes y empujones, con tal de que se alejaran de mí y me dejaran en paz.

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