Capítulo 17.

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–¡Sir Ludo! Os ruego que mantengáis vuestra distancia con Lady Juliet...

¿Juliet... dormida?

Antes de poder abrir mis ojos, escuché aquellas voces. La primera, sin duda era Sir Didymus; nadie más usaba un lenguaje tan antiguo y propio como él. La segunda, claramente era Ludo; esa voz grave y peculiar junto con su manera de hablar al estilo Tarzán eran únicamente de él.

Sólo había oscuridad y no tenía ni idea de en dónde me encontraba en ese momento. De pronto, sentí algo mojado y cálido en mi nariz, y eso provocó que abriera los ojos paulatinamente.

–¡Ambrocius, pero qué atrevido! ¡Un noble corcel no debe lamer a las damiselas! –reprendió Sir Didymus.

Cuando abrí los ojos, me topé con tres manchas borrosas delante de mí; una era rojiza, otra era anaranjada y la última era blanca.

–¡Alto, está despertando! –indicó el pequeño caballero, con preocupación.

Cerré los ojos, y cuando volví a abrirlos, pude ver con claridad a mis acompañantes. Sir Didymus y Ludo se veían preocupados. Incluso podría jurar que Ambrocius también lucía mortificado y estaba a la expectativa de mi situación.

–¿En...? ¿En dónde estamos? –pregunté delicadamente, mientras me incorporaba lentamente y reposaba sobre mis codos.

Bosque... –respondió Ludo.

–¿Bosque? –inquirí.

–Sí, Lady Juliet. Seguimos en el bosque –confirmó Sir Didymus, y Ambrocius reforzó el mensaje con un ladrido.

¿Seguíamos en el bosque? Entonces miré a mí alrededor. Noté los árboles que se encontraban a mis espaldas y otros delante de mi vista. Me percaté de que estaba en el mismo lugar en el que Hoggle me había dado el durazno; me encontraba en el mismo sitio en el que caí mareada mientras las esferas de cristal me abordaban.

–¿Qué...? ¿Qué pasó? –indagué, mientras me quitaba el cabello del rostro.

Juliet... dormida –contestó el amigable monstruo.

–Así es, milady. Resulta que Sir Ludo, Ambrocius y vuestro humilde servidor, nos encontrábamos en el límite del bosque, ya podíamos observar muy cerca el castillo del Rey. Fue entonces cuando mi hermano y yo volteamos y no os vimos por ningún lugar –relató Sir Didymus–. Llamámos vuestro nombre y no obtuvimos respuesta. Así que buscamos por los alrededores y gracias a mi infalible olfato, os encontramos.

Estaba segura que el olfato responsable había sido el de Ambrocius, pero me limité a guardar silencio y a escuchar a Sir Didymus.

–Usted estaba tendida en el suelo, tal como lo expresó mi hermano, dormida –explicó el pequeño caballero–. Pero no era cualquier siesta, claro que no. Usted estuvo inconsciente por unos minutos y, finalmente, pudo despertar.

Aquello era increíble. A estas alturas, después de haber abandonado el bellísimo salón de baile de mis sueños, debería encontrarme sin memoria, y la señora de la basura debería estar distrayéndome en mi cuarto ficticio. Posteriormente, yo recuperaría mi memoria y, Ludo y Sir Didymus me rescatarían y nos encontraríamos cerca de la puerta de la Ciudad de los goblins. Sin embargo, todo era muy diferente.

A pesar de haber comido el durazno hechizado y de haber bailado con Jareth, jamás dejé de tener presente el hecho de que estar viviendo todo esto era impresionante y real, y que en verdad tenía que rescatar a Max. No sé si habría sido mi sentido de la realidad lo que me había salvado, pero de algo estaba segura: pude zafarme de uno de los desafíos y ahorré el tiempo de las distracciones de la señora de la basura.

–Siento haberlos retrasado y asustado –comenté apenada.

Ludo me dedicó una mirada indulgente y Sir Didymus dijo:

–No os preocupéis por eso, Lady Juliet. Lo que importa es que estáis a salvo ahora. 

Sonreí y, con ayuda de mis nuevos amigos, me puse de pie con cuidado.

–Entonces, ¿estamos cerca de la Ciudad? –dudé con curiosidad.

Sí... –respondió Ludo.

–Vamos, milady –animó Sir Didymus, mientras tomaba asiento sobre Ambrocius–. Llegaremos en menos de lo que canta un gallo.

My Labyrinth | LabyrinthWhere stories live. Discover now