Capítulo 18.

432 50 5
                                    

El camino hacia la Ciudad de los goblins fue algo extraño. Ciertamente, no estábamos tan alejados del lugar y el recorrido se me pasó muy rápido gracias a las pláticas de Sir Didymus; aquel pequeño ser era todo un parlanchín y se la pasó relatándonos algunas de sus aventuras en el Pantano de la Eterna Hediondez junto con Ambrocius.

Por otro lado, llegué a sentir que el camino era interminable debido al dolor en mis pies. En efecto, ya me había cansado de estar de pie por tanto tiempo y en realidad no tenía idea de por cuánto tiempo real había estado caminando por el laberinto. Además, ahora sin zapatillas, tenía que tener cuidado en donde pisaba si no quería cortarme los pies o torcerme un tobillo. Por eso, Ludo me ofreció la mano como apoyo y la acepté.

Finalmente, llegamos a la entrada de la Ciudad de los goblins. Aquel portón de hierro decorado con sus decoraciones y murallas grises era realmente imponente.

–¡Cielos! –expresé en voz alta, admirando el lugar–. ¡Es increíble!

–¡Abran la puerta! –demandó Sir Didymus adelantándose con Ambrocius.

En la película, el pequeño caballero causa tanto alboroto que casi termina despertando al guardia de la entrada. En efecto, aquí también se encontraba ese goblin dormitando, por lo que antes de que Sir Didymus provocara que nos apresaran a todos, solté con delicadeza la gigantesca mano de Ludo y alcancé al pequeño caballero.

–Sir Didymus, basta –susurré cuando me encontré a su lado.

–¡Yo pelearé con este rufián! –señaló al guardia dormido–. ¡Y una vez que haya acabado con él, podremos pasar!

–Eso no es necesario –insistí, obstaculizándole el paso–. Está dormido, así que podemos pasar en silencio.

–¡Necesitamos acabar con él antes!

–No es necesario, Sir Didymus. Si usted hace eso, a todos nos llevarán al calabozo y podrían lastimarnos.

Sir Didymus se vio preocupado, y comentó:

–No deseo provocarle daño ni a usted, ni a mi fiel corcél, ni a mi hermano.

–Entonces, por favor, hágame caso y pasemos en silencio.

El pequeño caballero se resignó y aceptó mi súplica.

–Pero, ¿no soy un cobarde? –inquirió Sir Didymus.

–Por supuesto que no. Y su olfato es impresionante –adelanté, pero antes de que él pudiera envalentonarse con mi comentario y volver a causar escándalos, impedí—: Pero, por favor, hágame caso. Ser valiente también es saber cuando retirarse.

Sir Didymus procesó mis palabras y aceptó que mi sugerencia era lo mejor.

Cuando dirigí mi vista y mi atención hacia el portón, noté que Ludo ya se había adelantado a abrirlo.

–Gracias, Ludo. Eres muy amable –susurré, antes de caminar hacia la entrada junto con Sir Didymus y Ambrocius.

Después de haber cruzado, el portón, percibí una extraña tranquilidad. Entonces, recordé qué era lo que sucedía en la película.

–Oh, no... –murmuré preocupada.

Como si mi voz hubiera activado algo, el portón a nuestras espaldas se cerró mágicamente. Ya sabía lo que seguía a continuación.

–¡Rápido, corran! –grité acelerando el paso hacia el otro lado de la entrada, pero antes de que pudiéramos tener la oportunidad de atravesar el camino, delante de nosotros se cerró una nueva puerta.

My Labyrinth | LabyrinthWhere stories live. Discover now