Capítulo 12.

455 55 3
                                    

Ludo y yo giramos, y me sobresalté al notar que las puertas con las cerraduras de los personajes feos ya habían aparecido delante de nosotros. Una tenía una gran argolla en ambas orejas, y la otra en la boca.

Yo sabía que la puerta de la argolla en la boca llevaba hacia el bosque. Pero por otro lado, no sabía a donde me llevaría la puerta de la argolla en las orejas. Una parte de mí estaba tentada en atravesar la segunda, ya que podía ser que me llevara directo al castillo o al menos a la Ciudad de los goblins. Sin embargo, pensé que era un 50/50 de probabilidades, ya que también me podría llevar a otro oblivio o incluso a alguna parte desconocida del laberinto.

Ya no podía darme el lujo de perder más tiempo, así que por mucho que me hubiera dado curiosidad saber qué pasaba con la otra puerta o charlar con las cerraduras, preferí irme a lo seguro y tomar la puerta de la argolla en la boca. Así que sin más preámbulos, toqué la puerta y ésta se abrió.

–Vamos, Ludo –indiqué mientras agarraba su dedo índice y lo guiaba a que cruzara conmigo.

Una vez que atravesamos la puerta y llegamos al bosque, ésta se cerró de un portazo y el monstruo y yo dimos un respingo.

Continuamos caminando juntos, ya que aún me encontraba agarrando el dedo de Ludo. El bosque era algo húmedo y se escuchaban sonidos similares a los de ranas, grillos y sapos. Ambos íbamos a paso lento. Ludo iba a esa velocidad porque estaba nervioso, y yo porque mis zapatillas no eran la mejor opción para recorrer el terreno del bosque.

Ludo... asustado... –comentó el monstruo.

–¿Sabes, Ludo? Creo que yo también estoy asustada –acepté–. Pero no te preocupes, nos tenemos el uno al otro.

Mis palabras lograron tranquilizar un poco al monstruo y aquello me alegró. Aún así era cierto lo que comentaba: estaba asustada. Si las cosas salían tal cual en la película, Ludo desaparecería en cualquier segundo y llegaría "La banda del fuego" a cantar y a intentar dejarme sin cabeza. Literalmente.

Mis zapatillas comenzaron a provocarme dolor en los talones, por lo que me detuve y solté el dedo de Ludo para quitarme por un segundo una de mis zapatillas y masajear mi talón.

–Lo siento, Ludo. Pero es que con estos zapatos...– Mi explicación no llegó a concluirse, ya que escuché un grito ahogado del monstruo que indicaba que éste ya había desaparecido.

Volví a colocarme la zapatilla, volteé hacia atrás y comprobé que Ludo ya no estaba conmigo.

–Maldición...– expresé en voz alta–. ¡¿Ludo?! ¡¿Ludo?! –llamé a gritos, pero nadie respondió.

Ahora era hora de comprobar si Hoggle estaba cerca o para que supiera en donde me encontraba yo.

–¡¿HOGGLE?! ¡¿HOGGLE?! ¡¿HOGGLE, ESTÁS POR AQUÍ?! –Pero el enano no contestó. 

Oficialmente me había quedado sola en el bosque. Sea como sea, tenía que escapar de allí, por lo que –a pesar de mi dolor en los talones– caminé más rápido. Me detuve, porque en realidad no sabía a donde ir. En eso, escuché unos golpecitos o palmadas y ahí supe que estaba frita.

–Oh, no... –balbuceé.

Inmediatamente, empezó a escucharse mágicamente la melodía de "Chilly Down" y "La banda del fuego" apareció y yo lancé un grito agudo. A pesar de que aquellos seres anaranjados y orejones –llamados fireys– eran sorprendentes, y su canción era grandiosa, no podía evitar sentirme nerviosa.

Cuando empezaron a cantar, pensé que lo mejor sería aprovechar para huir, no obstante, cada vez que intentaba irme de allí, alguno de los fireys me bloqueaba el paso.

–Ay, por favor... –comenté después de que obstaculizaran mi camino por quinta vez.

Al principio, decidí tomármelo a la ligera y empecé a cantar y a bailar con ellos porque su canción era muy buena y pegajosa. Pero cuando comenzaron a desmembrarse entre ellos, sentí miedo. Ver aquello en televisión no era nada a comparación de verlo en vivo. Quedé asqueada y aterrorizada cuando se quitaron sus manos y ojos, a pesar de que volvieran a aparecérseles.

Nuevamente intenté escabullirme, pero los fireys no dejaban de cantar ni de impedirme el paso. De pronto, iniciaron a jugar con sus cabezas y –como si eso no fuera suficiente– me inmovilizaron entre todos e intentaron quitarme mi cabeza, mientras yo gritaba.

–Oigan, ¿qué pasa con la cabeza de la señorita? –preguntó un firey.

–¡No sale! –contestó otro.

–¡Y no lo hará! ¡Suéltenme! –exclamé, zafándome de ellos y propinándoles un codazo en el estómago.

Los fireys se quedaron en el suelo, y yo me quité los zapatos, los sostuve con mis manos y me olvidé del dolor en mis talones y empecé a correr lo más rápido que pude.

–¡Vamos a sacarle la cabeza! –escuché que gritó un firey.

–¡Sí, vamos! –accedieron las otras voces al unísono.

Empecé a sentir dolor en mis costados debido al aire que estaba tragándome al correr, y me espanté al escuchar sus risas a una distancia más cercana.

My Labyrinth | LabyrinthWhere stories live. Discover now