Capítulo 5: Parte 1

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Monstruosidades incandescentes se alzaban por toda la ciudad

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Monstruosidades incandescentes se alzaban por toda la ciudad. Rojo, amarillo y anaranjado. Tres colores cálidos consumían todo a su paso. Las filosas garras de las criaturas del inframundo atravesaban la carne de los habitantes de alguna nación en llamas, mientras en el centro del caos se encontraban dos héroes cuyo destino estaba marcado.

La luna roja estaba en lo alto del cielo aclamando a gritos el dolor y sufrimiento de inocentes, en tanto los monstruos devoraban sus almas uno a uno llenos de furia y sed de sangre.

Julie Ross se encontraba dentro del cuerpo de una mujer con intensos sentimientos profesados hacia un hombre, de cabellera nívea y hermosos ojos azules. El desconocido la miraba con espada en mano; mas, no parecía tener intenciones de atacarla a ella, sino luchar a su lado.

—Este es el fin —confesó Julie con la voz de dicha dama.

Él le sonrió de una forma tan dulce y acogedora, fue una expresión capaz de alejar el mar de emociones agobiantes invasoras de su alma. De pronto, le extendió su mano y, como si lo conociera de toda la vida, ella lo agarró.

Juntos emprendieron una carrera hacia el mal azotando la ciudad flameante, sin temer siquiera de un posible futuro desgarrador, pues, mientras estuvieran juntos nada más importaba; el miedo se disipaba y la valentía reinaba en el interior de dos polos opuestos destinados a luchar juntos.

El fuego eterno aclamó con femenina y dulce voz, igual a un angelical canto o a una melodía divina, los últimos pensamientos de una damisela corriendo hacia su final: «Aunque el mundo olvide mi rostro, prometo regresar algún día».

Los cálidos colores se transformaron en tonos primaverales y las flamas traspasaron a ser verdes pastos extendiéndose en todo un campo de flores violáceas. Había una suave brisa acariciando las hebras blanquecinas de su acompañante y, las suyas, aparentemente similares a los rayos anaranjados del sol, ondeaban con cada paso dado en ese paraíso de ensueño.

Su andadura silenciosa cesó al momento en que el chico giró con gracia y atrajo hacia su pecho a su amada, Julie aterrizó en los brazos del hombre y alzó su mirada al instante; estaba muy embelesada en el brillo de sus luceros, en el cariño profesado en sus caricias sobre su mejilla y en la cercanía íntima de ambos. El joven disminuyó lentamente la distancia de ambos rostros, mientras sostenía su barbilla y ojeaba cada rasgo facial de su pareja; entonces, sin preguntarle siquiera, juntó sus labios con los ajenos en un apasionado y tierno beso.

En la mente de Julie resonó la voz de la dueña de ese cuerpo: «Espero volver a conocerte», por reacción involuntaria ella cerró los ojos, a su vez, una luz invadía de a poco el campo de flores, «Te prometo nunca más irme de tu lado y cumpliremos nuestro deber de una vez por todas»

La blancura reinó en el lugar y el pacífico sueño terminó, provocando el despertar de la dormilona pelirroja. Ella abrió sus párpados y recibió los tenues rayos del sol reflejándose por el balcón de su habitación, un viento ligero refrescó el cuarto y su pesado cuerpo se negaba a separarse de la cama. Suspiró y meditó sobre las escenas intensas de hace unos segundos, después, sus mejillas se ruborizaron al recordar el contacto de su boca con la de un conocido; todavía sentía los restos de calidez y suavidad sobre sus comisuras, eran extrañas sensaciones para una desconocedora de ese tipo de actos. Llevó sus dedos a sus labios e intentó alejar la vergüenza de su ser.

Descendientes EternosWhere stories live. Discover now