Capítulo 37

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Rubí

Sus rodillas tocaron el suelo. El guardián sacó el cuchillo. La sangre de la herida fluyó con mayor rapidez. Esa era la primera vez que había visto el miedo en sus ojos. Ya nada parecía darle igual. Tal vez no pudiera matar aquellos monstruos, pero estaba segura de que no podrían seguir haciendo daño después de lo que pensaba hacerles.

El que había atacado a Jude intentó huir al reconocerme. Sus pies no se movieron del sitio, le mantenía bien sujeto. Abrí el puño que había mantenido cerrado durante ese tiempo y su cuerpo explotó en mil pedazos. Su destrucción no logró satisfacerme del todo.

Todos se fijaron en mí, incrédulos por lo que acababa de conseguir. Estaban seguros de que nada podía destruirlos, pero una vez más, habían cometido el error de subestimarme. Les mandarían de vuelta al infierno del que provenían por todo lo que me habían hecho a mí, a Cassandra y ahora a Jude, que se desangraba en el suelo.

Separé las piernas, tensando cada fibra de mi cuerpo. La cabeza me dolió horrores. Sentí toda la energía reuniéndose en mi interior contándome una historia de venganza. Lo único que debía hacer era dejarla fluir.

—¡Al suelo!

La voz de Erick sonó lejana. Había aprendido a distinguir las señales de cuando estaba a punto de estallar.

Rayos cayeron del cielo formando una cúpula sobre el campo. Esos eran solo daños colaterales de mi estado. Con la tormenta que creé para escapar de Morriguen comprendí que ahora el tiempo también se doblegaba ante mí. Era de mi pertenencia y se dejaba manejar a mi antojo. Respiré hondo.

El poder seguía llenándome. Quería saber cuanto era capaz de albergar. Cuando la piel empezó a cosquillearme, supe que era el momento de soltar. Y así lo hice. Aguanté las oleadas de energía que salían y derrumbaban todo a su paso. Aullé de dolor, no por las fuerzas que almacenaba mi cuerpo, sino por todas las vidas que el ataque se había llevado y todas las que aún faltaban por irse, por la imagen de Jude cayendo al suelo que se repetía en mi cabeza como una canción pegadiza. Me tensé aún más. Mi cuerpo comenzó a tener un color rojizo.

El sonido de los truenos cesó. La hierba dónde la electricidad había caído ahora era marrón oscuro. Todos los guardianes estaban irreconocibles, sus cuerpos desmembrados decoraban la escena. Me sentí orgullosa al saber que por fin había conseguido dominar una batalla.

—Ven a por mí —mascullé. La zorra de Morriguen me estaría escuchando.

Cuando tuve claro que los demás estaban a salvo me permití tirarme al lado de Jude. Le abracé, demasiado rígido.

—Vamos Jude, no puedes dejarme así —le rogué.

Jude pestañeó. Me observó y rozó su dedo pulgar contra mi mejilla, dejándola cubierta de sangre. Su sangre. Sollocé con fuerza.

—E-estoy b-bien —le costaba pronunciar las palabras.

—Te perdono todo, de verdad. Quédate conmigo —supliqué —. No vas a morirte, te lo prohíbo, ¿Me oyes?

Le eché un vistazo a la herida de su pecho. Aparté rápido la mirada. No me hacía falta ser médico para darme cuenta de que no iba a salir de esa.

—Vas a ser muy feliz —su voz era apenas un susurro.

Su sonrisa me dejó helada. Fue la última antes de que su mano se deslizara hacia abajo, sin fuerza.

—¡Ian!

Le llamé desesperada. Él podía curarle, traerlo de vuelta. Pero Ian no estaba. No podía ayudarlo porque yo había hecho que se marchara mintiéndole sobre Cassandra. Si no hubiera metido las narices donde no me llamaban esto no habría pasado. Jude sobreviviría y yo no tendría que estar sintiendo como me moría por dentro.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Where stories live. Discover now