Capítulo 9

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Ian

No pude pegar ojo después de la discusión con Rubí. Estaba preocupado por ella y deseaba con todas mis fuerzas que entrara en razón, porque echaba de menos a mi hermana. No éramos hermanos de sangre, de hecho la mayoría de nuestros conocidos ni si quiera sabían que vivíamos juntos, nos gustaba ser reservados con ese tema. Sobre todo porque decir que sus padres me habían adoptado llevaba a la pregunta de por qué lo habían hecho. Esa historia no era algo que a la gente le gustaba escuchar.

Entendía como el que más que se sintiera desplazada. Pero su sensación iría menguando conforme pasara el tiempo y dejara de resistirse a sus nuevos instintos. Igual que nos había ocurrido a todos nosotros. Aunque lo nuestro fue distinto. Teníamos a gente en la que apoyarnos que estaba tan confundidos como nosotros.

Eso, sumado a que Rubí solía encerrarse en si misma cuando la tristeza la superaba, creaba el coctel perfecto para un estallido como el de anoche. Yo siempre le había dicho que podía contar conmigo para hablar de lo que fuera, pero no había manera. Era cabezota como una mula.

Si, me preocupaba por ella. Sin embargo, no podía dejar de lado mis propios intereses ni la vida que tenía ahora. Al igual que Rubí, estuvimos buscando respuestas los primeros meses, no solo sobre como salir de Maternas, sino de quienes éramos. Todo cambió muy despacio y no nos dimos cuenta que dejábamos de lado esa búsqueda por otros nuevos desafíos. Era como si nuestra propia sangre nos guiara hacia donde debíamos estar.

Ya era casi mediodía cuando la hallé escondida entre varios árboles. Sonreí al verla tan serena, apoyada contra uno de los troncos y los ojos entrecerrados.

—Hola, hola—saludé, con la voz más aguda de lo que pretendía.

Rubí abrió un ojo para volverlo a cerrar al instante, haciendo caso omiso de mi presencia. Me senté a un metro y dejé la cesta que me había preparado Emma entre los dos. Esa siempre había sido mi táctica estrella. Solo había una cosa que podía alegrar a Rubí en estas condiciones, y era la comida. Había conseguido reunir varias cosas, a pesar de que Emma insistía en que era suficiente con unos sándwiches.

—He pensado que te gustaría hacer un picnic—ofrecí, sacando fruta y bollos de miel de la cesta—, como los que planeábamos los sábados en casa.

Rubí observó la cesta y después a mí, y a la cesta de nuevo. Así continuó un par de veces hasta que por fin se decidió a cogerla para ver que más contenía. Nada más olerla oí como le rugían las tripas. A saber cuanto tiempo llevaba sin comer algo. No la veía presentarse a una comida desde ayer en el desayuno.

Metió la mano, sacando uno de los sándwiches. Comenzó a mordisquearlo sin mediar palabra. La imité, cogiendo un cuchillo y partiendo una de las frutas en cachos. Así estuvimos gran parte del tiempo, hasta que el sol empezó a retirarse. Como había intuido que no iba a ser fácil hablar con ella, me había traído mi bloc de dibujo para pasar el rato.

La imagen del castillo, con la luz del sol de media tarde alumbrándole cortaba la respiración. Ya no podía imaginar un mundo mejor a este. No echaba de menos el ruido de los coches, el metro a rebosar de gente todas las mañanas ni el centro de la ciudad con sus miles de tiendas. Aquel lugar solo me había traído sufrimiento, aquí tenía un nuevo comienzo por delante.

—Es horrible que encajes perfectamente en este sitio—comentó Rubí, como leyéndome la mente—. Mírate, con tu pelo rubio y tu piel bronceada, solo te falta una brillante armadura.

Dejé las hojas de dibujo a un lado, esperando que se hubiese decidido a hablar. Me giré unos centímetros, para mirarla de frente. Ella se colocó un poco más cerca. Nos miramos, con una disculpa silenciosa en nuestros ojos.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Onde histórias criam vida. Descubra agora