Capítulo 28

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Rubí

Me habían encerrado en una nueva mazmorra, mucho más tétrica que la anterior. Desde luego olía tres mil veces peor. Aunque era bastante probable que las decenas de horas que había pasado allí me nublaran la mente. Intenté llevar la cuenta de los días que pasaban sin éxito alguno, perdí la cuenta al tercero. Los guardianes de Morriguen solo abrían la puerta de vez en cuando para dejar algo de comida, si es que se lo podía llamar así a la masa repugnante que servían. Era prácticamente imposible saber si llevaban algún tipo de horario.

Estaba encadenada por las muñecas, medio de rodillas. Los brazos me rabiaban de dolor y calambres. Cada vez me sentía mas débil y un poco más ida. Mis sombras habían vuelto con mucha más fuerza que antes. Lograba mantenerlas a raya la mayor parte del tiempo, pero incluso a veces desistía de la tarea, me desmayaba y entonces recorrían libres todos los rincones de la mugrienta habitación.

Cuando no estaba inconsciente o temblando por el dolor me preguntaba que es lo que querría Morriguen de mi oscuridad y cómo pretendía utilizarla. Pensaba solo en eso porque la alternativa era ver todos los rostros de las personas que había dejado atrás. Mi mente divagaba por las paredes, buscando imágenes en las sombras. Podía intuir la corriente de un rio fluir entrelazándose con las rocas, la brisa del viento azotando la copa de los árboles y el sol calentado cada pedazo de tierra.

Cuando estaba en mi peor momento y el dolor volvía, las imágenes pacificas de desdibujaban, y en su lugar solo veía las muertes causadas, el dolor reflejado en el rostro de la gente, el miedo en sus ojos al contemplarme.

Ahora solo podía esperar, resistir mientras observaba como mi cuerpo se consumía lentamente.

En algún momento de los siguientes días, los guardianes de Morriguen entraron, cargados con una mesa de madera. Me pegué aún más a la pared, dejándome guiar por mis instintos.

Ellos me sostuvieron, primero para desencadenarme de la pared y luego para atarme de nuevo a la mesa. No me sirvió de nada patalear ni gritar que me soltaran. Esta vez me sujetaron con correas de cuero en tobillos y manos. Mi cabeza quedó atrapada en un aparato de metal donde apenas podía mover el cuello. Después, simplemente se marcharon, dejándome aún más confundida y con la ropa llena de sudor.

No tardaron en volver, acompañados por otro hombre de mediana edad y con cara de pocos amigos. Se acercó a mí. Me tocó el pelo, enredando sus gruesos y sucios dedos en él. Se llevó el mechón a la nariz para olerlo. Intenté apartarme, pero fue en vano, estaba tan bien atada que apenas podía moverme unos milímetros.

Cuando me quitó la ropa no pude controlarme más. Un llanto desgarrador resonó desde mi pecho y se extendió por las paredes, el suelo y el techo. Eran las lágrimas más amargas de toda mi vida, había puro terror en ellas. El hombre puso una mueca de disgusto. Cogió un trapo húmedo y empezó a deslizarlo por todas mis extremidades, limpiando la roña de mi piel. Antes de marcharse volvió a escrutarme de arriba abajo. Finalmente, solo quedamos los guardianes y yo, envueltos en un asfixiante silencio, esperando el siguiente movimiento.

Morriguen hizo su aparición unos momentos más tarde. Llevaba un vestido finísimo de color azul marino que mostraba la mayor parte de su cuerpo, pero lo más alarmante era en cinturón lleno de armas que llevaba colgado.

—Estás francamente horrible—ronroneó, regocijándose—. Puede que se me olvidara decirles que te dieran de comer más regularmente. Soy una despistada.

Sonrió, pasando el dedo entre el surco que había ahora entre mis costillas. Pronto empezaría a parecer un esqueleto andante. No me había visto en el espejo, pero me imaginaba el aspecto que debía tener. Eso la había puesto aún de mejor humor.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Where stories live. Discover now