27: Club de duelo

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Alanna abrió los ojos lentamente, la luz proveniente de la ventana le molestaba. La cabeza la sentía pesada y la boca le ardía.

No recordaba mucho.

Se había desmayado por el dolor de cabeza, eso si lo tenía presente. Pero después, todo era borroso. Creía recordar haber vuelto en si minutos después, con el dolor de cabeza un latente, pero disminuyendo. Apenas estuvo unos cuantos minutos lucida antes de caer dormida. O eso recordaba.

No le importaba en realidad.

Se levanto con cuidado, el cuerpo le pesaba. Fue hasta el baño y se aseó rápidamente, lo suficiente como para sentirse limpia pero no para que el esfuerzo de estar de pie la volviera a marear. Volvió a su cuarto y se cambió de ropa con algo de dificultad, sus dedos estaban rígidos y helados, dormidos. Cuando terminó se recostó en la cama y cerró los ojos, esperando que la especie de niebla que cubría su visión desapareciera.

Una sacudida en el hombro la despertó.

Se había vuelto a dormir.

—¿Estas bien?

Hermione la observaba preocupada.

—Si —respondió con la garganta algo seca. Esa pequeña siesta parecía haberla regresado a la normalidad.—Solo estoy algo cansada.

Hermione no parecía muy convencida, a ella nunca se le escapaba algo, pero no iba a insistir; si Alanna quería, se lo contaría. De eso se trataba la amistad, de confiar.

Y por supuesto que Alanna confiaba en ella, solo que contarle lo que le pasaba implicaba explicar muchas cosas. Aun no era el momento de que alguien más (además de Harry) supiera de su procedencia mágica.

No habían muchas personas en el comedor cuando llegaron. Buscaron un lugar disponible en su mesa, que estuviera lo suficientemente alejado de cualquiera para poder conversar tranquilas, y se sentaron. No paso mucho para que se les uniera Ron, quien parecía haber sido despertado a la fuerza.

—¿Iremos a visitar a Harry? —preguntó Ron, aun con comida en la boca.

Alanna y Hermione asintieron al mismo tiempo.

Las lechuzas de la correspondencia entraron y los paquetes comenzaron a caer en las mesas. Detrás de todas ellas venía una lechuza que Alanna conocía bien, la había tenido que cuidar durante un año. Eggsy estaba más grande y gordo de lo que ella recordaba, sus plumas parecían brillar cada vez que una ráfaga de luz le daba directamente.

Dejo caer un pequeño paquete sobre la mesa y enseguida él se posó sobre el hombro de Alanna.

—No eres un loro —se quejó ella. Cortó un pedazo de tocino y se lo dio, la lechuza apenas terminó de comer volvió a emprender vuelo. —Lechuza estúpida —murmuró.

—¿Qué esperas? ¡Ábrelo! —exclamó Ron.

Alanna miró a Ron con una ceja alzada. Era obvio lo que el paquete contenía. Estaban en el comedor a vista de todos, pero aun así ella lo abrió (cubriendo la caja con su cuerpo). Como esperaba, dentro había unos frascos con los ingredientes que ella le había pedido a su padre, y una nota algo arrugada en el fondo.

Estaba ocupado.

—Creo que ir a visitar a Harry tendrá que esperar un poco.



No tardaron mucho más en terminar de desayunar. Habían decidido que comenzarían la poción ese mismo día, el asunto no podía esperar más.

Acordaron que utilizarían el baño de niñas como base, era el lugar más seguro ya que nadie se atrevía a ir ahí por Myrtle La Llorona. Alanna aferró el paquete a su cuerpo como si se tratara de una parte de ella, si alguien llegaba a sospechar lo que se traían entre manos terminarían en graves problemas, o incluso expulsados.

Una ninfa en Hogwarts | Harry PotterWhere stories live. Discover now