Tenían que encontrarla ya. No aguantaba saber que mi mejor amiga estaba sufriendo de tal manera y yo no podía ayudarla. Me sentía una inútil aquí sentada, esperando a que regresaran.

El objeto de Cassandra había sido el más difícil de encontrar. Todo lo que tenía valor para ella se lo había llevado puesto encima. Lo único que había en su habitación era un marcapáginas hecho con una pluma que estaba entre uno de sus libros.

La primera vez que lo cogí pensé que no servía. No sentí nada al sostenerlo. Después de varios intentos con cosas más triviales comprobé que la nada que sentía dentro de ese objeto estaba viva, no era inerte. Ningún sentimiento era reconocible en ella, pero respiraba y se alimentaba.

Me resigné al obtener el mismo resultado esa vez. Respiré profundo varias veces. Daba igual, pronto las encontrarían y estarían de vuelta. Entonces nos enfrentaríamos a quien hiciera falta, pero lo haríamos juntos.



La sonrisa brillante de Rubí me apremiaba para que la siguiera fuera del castillo. Ella echó a correr en cuento la hierba tocó sus pies desnudos. La regañé, no debía hacer movimientos bruscos. Rubí se carcajeó, llamándome aguafiestas. Me agarró de la mano y me arrastró hasta la explanada que había delante del castillo.

Corrió de nuevo, lejos de mí, pero esa vez se quedó de espaldas. Intenté llegar hasta ella, sin éxito. Por mucho que avanzara no conseguía moverme del punto en el que me encontraba.

—Rubí—la llamé, sin obtener respuesta—¡Rubí, vuelve!

El cielo se oscureció. Unas figuras encapuchadas aparecieron en la linde del bosque. Ella se volvió por fin hacia mí. Estaba pálida con la parte inferior del cuerpo llena de sangre. Me miró un solo instante antes de caer al suelo.

La imagen cambio entonces. Ahora no solo estábamos ella y yo, sino todos los demás también. Pude verlo claramente. Observándome a mi misma como en un espejo. Me olvidé de como respirar. El mundo se cernía sobre mí, mientras analizaba la horripilante escena.

<<Dos en la noche se sumirán>> susurró el viento.

La profecía resonó como un eco lejano en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez.


Me desperté con un sollozo, mirando a mi alrededor para comprender donde estaba.

—Todo está bien mi amor—Astrid me acunaba en sus brazos. Intenté zafarme, pero ella me apretó con más fuerza.

—Lo he visto. Dios mío, lo he visto todo—lloré.

—Sh, tienes que tranquilizarte. Hablaremos mañana de esto, ¿Vale? —me propuso. Apoyé la cabeza en su pecho todavía sin conseguir estabilizar mi respiración.

Asentí. Aquel era otro de los dones que había desarrollado, uno de los primeros de hecho. Seguía poniéndome los pelos de punta. Conocía parte del destino que nos esperaba y no podía decir nada sobre él. Era bueno en cierto sentido, podía prevenir ciertas cosas. Sin embargo, me era imposible cambiar el ciclo natural, eso solo haría que las cosas se pusieran mucho peor.

Astrid volvió a sumirse en un sueño profundo. Me escabullí de entre sus brazos y salí de la habitación. Toqué la puerta de madera que estaba a tan solo unos metros de la mía con la esperanza de que no estuviera durmiendo. Jude me abrió después de unos minutos con cara cansada y los ojos entrecerrados.

—Perdón, estabas dormido.

—No, no. Ya hace algún tiempo que n-

Le corté, lanzándome sobre él y espachurrándole entre mis brazos. Lloré de nuevo y dejé que me guiara dentro hasta sentarme sobre su cama. Cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido, se acercó hasta mí y se arrodilló enfrente.

—Está bien—me calmó—¿Qué ocurre?

—Y-yo necesito contárselo a alguien y se que no debería, pero no puedo más. Tengo tanta presión y estoy preocupada por Rubí, siente tanto dolor...

—¿Cómo sabes eso?

Noté como sus ojos se oscurecían y me imploraban por una respuesta. Me relajé. Se lo conté todo. Mis nuevos poderes, como se encontraba cada uno de nuestros amigos e incluso parte de la visión que había tenido esa misma noche. Le conté lo imprescindible para no estallar en un ataque de nervios y nada más a parte de eso.

Jude me escuchó con atención a pesar de que sabía que había gran parte que podía estar dañándole.

—Bueno, ahora compartimos ese peso juntos. Todo irá bien—gemí de dolor.

El mundo no es justo, la vida nos pone en situaciones dolorosas constantemente y espera que nos conformemos porque de vez en cuando nos deja probar un atisbo de felicidad plena. Los humanos nos conformamos con eso porque somos demasiado pequeños, pero en el fondo sabemos que nada de eso es correcto ni está bien. Puede que las elecciones que hagamos en nuestra vida dibujen nuestro futuro, pero nacer en un sitio u otro nos define. Nuestro color de piel nos separa y el dinero que poseemos nos arrastra a una realidad distinta.

—Lo sé—respondí—¿Puedo quedarme a dormir? Me apetece pasar una noche con mi amigo, como hacíamos antes.

—Pues no tengo alcohol.

Le tiré una almohada que él esquivó con precisión. Me tumbé con él a mi lado. Le di unos golpecitos en la cabeza. En esos momentos sabía que ahí es dónde debía estar. Pretender que todo seguía igual que siempre era imposible, pero siempre podíamos fingir.

Hacía días que no me sentía bien, sin el nudo de mi pecho cortándome la respiración. Como bien dicen, después de la tormenta siempre viene la calma, bueno lo que yo había aprendido desde que llegamos aquí es que después de un día caluroso y pacífico lo más probable es que te arrastrara un tifón.

Ya estaba en pie antes del amanecer. Jude por el contrario seguía durmiendo, así que aproveché para bajar a la cocina y picar algo. Después le subiría algo a él también y a Astrid que seguramente me regañaría por despertarme tan pronto.

Estaba girando la esquina para subir las escaleras, bandeja en mano, cuando uno de los amigos de Erick se estrelló contra mí. La mermelada y el agua acabaron sobre mi vestido. Los panecillos rodaron por el suelo hasta apartarse de nosotros.

—Lo siento muchísimo—balbuceó con nerviosismo—. Te estaba buscando, creo que tenemos un buen problema.

—¿Qué ha pasado? —exigí secándome el líquido con una servilleta.

—Ha llegado un viajero, viene de Odilón. Ha visto algo.

Me llevó hasta el hombre, que permanecía en el umbral de la puerta principal. Tenía la mirada perdida y movía los dedos sobre los pantalones con nerviosismo.

—Díselo—ordenó el chico cuando llegamos hasta él.

—Venía de entregar unas especias, soy comerciante y viajo por muchos pueblos sabe usted—habló con tono ansioso—. Me dirigía esta vez hacia casa cuando vi a unos hombres. Me pareció que eran los hombres de Morriguen, pero no me quedé lo suficiente como para comprobarlo. Eran un ejército, siguiendo el camino principal hacia el norte. Solo hay un reino al final de ese viaje.

Me llevé una de las manos a la cabeza. Eso era lo último que nos faltaba ya. No estábamos preparados ni de lejos para volver a enfrentarnos a ellos. Apenas quedaban soldados entrenados y los hombres y mujeres adultos del pueblo bastante tenían con no poder alimentar bien a sus hijos.

—¿Estás totalmente seguro?

—Si señora, lo he visto con mis propios ojos.

Le di la espalda, haciéndome aún a la idea. El chico se acercó hasta mí, susurrando para que nadie más pudiera oírle.

—Si son quien cree, no tenemos oportunidad alguna. Esos hombres no sienten dolor, no mueren, Emma. Lo descubrimos cuando atacaron la última vez.

Asentí. Ya lo sabía.

—¿Cuándo atacarán?

—Puede que inminentemente. 


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¿Qué os ha parecido? ¿Os gusta el punto de vista de Emma?

Nos leemos pronto, NR.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Where stories live. Discover now