Capítulo 44

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La semana pasó y, antes que Adara se diera cuenta, el sábado había llegado, dejándola con apenas energía para asistir a la fiesta de cumpleaños de los gemelos. Le habían traído la invitación el miércoles e insistido hasta que ella accedió a asistir, obvio que con Itagar a su lado. Nada en el mundo la haría poner un pie en la mansión del señor Marqués sin su sobreprotector guardaespaldas.

Sí, el elfo era bastante sobreprotector con ella; podría decir que hasta parecía un dóberman guardando a su ama las dos veces que se aventuraron al pueblo en busca de comida y algunos artículos de primera necesidad. Sin embargo, por primera vez en dos meses se sentía segura fuera de su hogar. Era refrescante percibir ese sentimiento de libertad que el no tener que mirar sobre su hombro le había dado.

Aún en la cama, Adara miró su reloj en la mesita de noche, rodó los ojos por haberse despertado a la hora usual y se giró hacia el otro lado, quedando frente a frente con el rostro de su amado drow. Ser maestra durante el día y estudiante durante la noche había ido agotando su mente poco a poco, dejándola con deseos de quedarse todo el fin de semana en la cama. Sin embargo, estaba segura de que a Itagar no le molestaría la idea para nada.

Aunque para ser sincera, todo lo que estaba aprendiendo sobre los elfos oscuros solo aumentaba su sed de conocimiento y le daba más razones para ser lo que siempre había sido: una curiosa empedernida.

Era interesante que su sociedad fuera matriarcal, dándole todo el poder político y religioso a las mujeres mientras relegaba la protección a los hombres; sin embargo, eso no significaba que la milicia estuviera compuesta solo por varones, la mayoría de los altos rangos era retenidos por las féminas mientras que ellos eran simple carne de cañón.

Había sus excepciones, claro. Itagar había sido el general de la guardia del Gran Templo de Loth, lo cual decía que los hombres sí podían tomar posiciones de poder —como a veces sucedía con las mujeres humanas—, pero se debía a que la jerarquía religiosa quería imitar la relación entre la Diosa de la Luna y la Muerte. La Gran Sacerdotisa era la representación viva de Loth mientras que el general de la guardia del templo era la del Segador de Almas.

El elfo a su lado se movió, sacándola de sus pensamientos y pegándosele hasta que pudo sentir su calor envolviéndola en un capullo de exquisita calidez. Su piel comenzó a hormiguear en todos los puntos donde se hallaba en contacto con los duros músculos de Itagar, haciendo que el deseo despertara de su letargo y se hiciera presente en su vientre. Adara inclinó la cabeza hacia arriba, su aliento se mezcló con el de su durmiente compañero y más hormigas caminaron por su cuerpo, especialmente sobre sus pechos y la uve entre sus piernas. Su mano izquierda se movió entre las sábanas hasta rozar la tersa mejilla con el dorso de sus dedos. Otro centellazo de deseo bajó por su espalda logrando que sus vellos se erizaran, sus pezones se endurecieran y la lengua mojara sus labios repentinamente secos. Lanzó un suspiro mientras apretaba las piernas en un intento por apaciguar las pulsaciones que sentía estremecer su vagina.

¿Qué le pasaba? No había soñado con nada erótico, entonces ¿por qué la excitó el que su drow se acercara buscando su calor? ¿Acaso él estaba soñando con algo pervertido y ella sentía los ecos de esa pasión?

—Itagar —Sus labios lo llamaron como si tuvieran vida propia. No era su intención despertarlo, pero su cuerpo estaba en llamas por el deseo y solo una cosa podía apagar el fuego en su interior: el miembro de Itagar penetrándola duro y sin freno. ¿Qué? ¡No! Yo aún no…

¡Oh, por Dios, Adarita! ¿Por qué continúas negando nuestro deseo? El bizcochito no ha podido mantener sus manos para él mismo durante toda la semana, admite ya que te mueres por que te lo meta hasta que no puedas caminar.

Pero…

Adara, él no nos lastimará como aquel bastardo lo hizo.

La joven se mordió el labio y poco a poco fue apartándose del elfo a su lado hasta que pudo levantarse de la cama sin despertarlo. Con el pijama de tortuguitas marinas aún desaliñado, comenzó a pasearse al frente de la cama igual a un animal enjaulado. Su diablilla interna tenía razón, esa situación en que ella los había metido a ambos no podía continuar. En algún momento la paciencia de Itagar llegaría a su límite y se vería forzado a abandonarla para no lastimarla, para no pasar de amante a atacante. Pues, al fin y al cabo, ninguna pareja que se amara con la intensidad que ellos lo hacían, podía vivir junta sin tener relaciones sexuales.

Era un idealismo destinado al fracaso… y ella lo sabía más que nadie pues ya había sucumbido al deseo de su elfo una vez. El que no hubiera habido penetración no significa que no hicimos el amor de cierta manera.

Sin embargo, necesitaba más que lujuria y amor para lograr acostarse con él como ambos anhelaban; necesitaba librarse del miedo que se había instalado en su corazón desde aquel horrible día. Adara tenía conocimiento de que él había percibido toda su violación a través del lazo psíquico que compartían, pero aún así necesitaba contarlo en voz alta para que el fantasma de aquel bastardo finalmente la dejara en paz.

Deteniendo su ansioso paseo, ella estuvo a punto de girarse para meterse en la cama una vez más cuando unos firmes brazos le envolvieron la cintura y un cálido aliento le acarició la mejilla.

—Dime una cosa, sar’gek —La voz del drow sonaba algo ronca y llena de una placentera promesa—. ¿Tú gemiste mi nombre o estaba soñándolo?

Detrás del Espejo (Generales Oscuros #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora