Capítulo 56

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Aún sobre aquella extrañamente coloreada hierba, Adara puso las manos sobre sus oídos en un intento de bloquear los gritos del niño que intentó protegerla y calmar su desbocado corazón cuando aquella voz familiar volvió a bramar su nombre con una urgencia que la hizo temblar de pies a cabeza.

Su órgano vital se negó a calmar sus latidos, haciendo que estos se escucharan en sus oídos debido a la cantidad de sangre corriendo hacia su cabeza.

Sar’gek, ven a mí.

Tragó en seco. Algo desde el fondo de su alma le decía que debía actuar ahora o perder al dueño de aquella voz para siempre.

Con el eco de los gritos de los gemelos y el desconocido en su mente, Adara se levantó en piernas tambaleantes, empujó al muchachito fuera de su camino y se forzó a sí misma a correr lejos de los jóvenes y la pared brillante que zumbaba como si fuera hecha de electricidad. Lejos de todo aquello que la hacía sentir miedo.

Esquivando una lanza dorada, la cual terminó atravesada en la pared de pino tras él, Itagar gruñó y saltó sobre el bastardo ljósálfar con una de sus dagas en ristre

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Esquivando una lanza dorada, la cual terminó atravesada en la pared de pino tras él, Itagar gruñó y saltó sobre el bastardo ljósálfar con una de sus dagas en ristre. Su enemigo ni siquiera lo tocó, pero una fuerza invisible agarró su brazo y, utilizando su propio impulso en su contra, lo lanzó sobre la cabeza del elfo de luz hasta que su espalda chocó con la pared. La madera crujió, amenazando con astillarse, pero aguantó el impacto por milagro divino.

El ljósálfar se acuclilló frente a él con una mueca de dolor en sus labios y una mano sosteniéndose las costillas del lado derecho mientras riachuelos de líquido escarlata corrían entre sus dedos. Aquellos irises verde olivo relucieron al verlo apretar la mandíbula cuando luchaba por sentarse contra la magullada pared.

—Debo felicitarte, no eres como los demás drows —dijo Gavin con la respiración agitada, observando a su enemigo como si quisiera diseccionarlo para descubrir todos sus misterios—. Hacía mucho tiempo que nadie lograba hacerme sangrar. No desde que tuve que defender a la Ciudad Dorada de una incursión militar suya.

¿Defendió la Ciudad…?

Itagar le devolvió la mirada, frunciendo el entrecejo mientras buscaba entre sus recuerdos el rostro de aquel príncipe a quien venció para luego arrancarle a su hermana de los brazos, una elfa de largo cabello negro azabache y ojos dorados, y convertirla en su esclava.

Aún recordaba aquella batalla como si fuera ayer. Necesitó de tres elfos oscuros a su lado, entre ellos Reiner, para vencer al príncipe heredero, pero jamás olvidaría aquella mirada de furia en sus ojos verde oliva mientras tomaba a la princesa por la barbilla y la besaba bruscamente, o la manera en que los chicos se divirtieron cortándole su largo cabello color vino tinto, símbolo de su honor. Fue una humillación en todos los sentidos; una humillación que le costaría caro en el presente.

Debí matarlo en aquel momento, antes que el maldito lograra escapar.

Un error que lamentaba pues, ahora, el mismo cabello vino enmarcaba un rostro donde orbes oliva resaltaban igual a gemas preciosas. El príncipe heredero de la antigua Ciudad Dorada era el empleador de Adara y padre de los diablos que ella enseñaba.

El elfo de luz frunció el ceño y una sombra siniestra se apoderó de aquel rostro perfecto.

—Reconoces el evento, ¿acaso participaste en él? —preguntó sin retirarle aquella intensa mirada, pero luego de un par de segundos se encogió de hombros antes erguirse, murmurando una maldición entre dientes. Su herida había comenzado a cerrarse, pero aún dolía como los mil demonios—. No recuerdo que hubiera un guerrero tan bueno entre aquellos bastardos, aunque, para serte sincero, todos ustedes son iguales en mis ojos.

Guiado por una llama de indignación ante tales palabras, Itagar imitó a su enemigo, irguiéndose hasta enfrentarlo cara a cara. Este era más alto por un par de pulgadas, pero no lo suficiente para intimidarlo, no luego de su extensa carrera militar. Después de servir algunas décadas en el ejército de la reina Karish’Lial, había muy poco en los nueve reinos que pudiera intimidar a los soldados drows.

—¿Sabes?, tu hermanita me satisfizo grandemente todos estos siglos —comenzó el exgeneral, relamiéndose los labios—. Acató cada una de mis órdenes al pie de la letra sin chistar, excepto en aquellas instancias en las que gemir era natural.

Los ojos verde oliva del ljósálfar se oscurecieron hasta casi tomar el tono de las algas y una mano se disparó hacia el cuello del gusano de las cavernas, levantándolo un pie del piso.

—¿Dónde está? —La piel pálida del elfo comenzó a emitir un resplandor dorado, parecido a rayos solares al atardecer y chispas amarillas fueron apareciendo en sus irises—. ¿Dónde tienes encerrada a Qik’ta?

El drow ni siquiera se molestó en luchar en contra de aquel agarre de hierro sobre su cuello, solo exhibió una retorcida sonrisa y sus labios se separaron, listos para responder con otra provocación cuando su reciente pasado volvió a repetirse.

—No. ¡NOOOO! —gritó Itagar, creando una honda psíquica que golpeó al ljósálfar, sacándole el aire y haciendo que lo soltara, antes de ser lanzado contra unas estanterías de vidrio en la pared del fondo. El chillido del cristal hizo eco en la habitación, acompañado por el golpe seco del cuerpo cayendo al suelo e incontables reliquias antiguas que se precipitaron sobre el elfo de luz—. ¡ADARAAAA!

No podía ser, su duendecilla no podía haberlo abandonado nuevamente. Él no sobreviviría el kev’ahral glavarshker esta vez.

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N/A: Me disculpan por no haber colocado la definición de los Vanes y Ases en el glosario cuando subi el capítulo anterior, pero ahora si las tendrán. Besos ❤💖.

En la multimedia verán la foto de Gavin como elfo de luz.

Detrás del Espejo (Generales Oscuros #1)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum