Capítulo 42 ✔

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Él suspiró y se pasó los dedos por el cabello antes de retornar a su forma original. Otra vez ella había usado el poder de los nombres para ordenarle y, aunque su sar’gek no tuviera conocimiento de las repercusiones de usar su nombre verdadero, sería difícil cumplir con su pedido. ¿Decirle todo de una vez? Era demasiada información para desvelarla en una sola noche. La magia antigua me torturará de seguro.

El elfo se sentó en el sofá a sus espaldas y, palmeando el cojín a su lado, la llamó antes regresar la vista al televisor sin verlo realmente. Ella se acercó, poniendo en pausa la película y sentándose en el extremo contrario del mueble. La distancia que su duendecilla impuso entre ambos magulló su corazón, haciéndolo cerrar los ojos mientras exhalaba, pero decidió ignorar el dolor por el momento.

—Primero que nada, —comenzó Itagar aún con la mirada clavada en la imagen congelada del televisor—, necesito que cuides lo que dices cuando uses mi nombre completo. ¿Recuerdas cuando te dije que darle tu nombre a otro era darle poder sobre tí?

Adara se removió en el sofá al ver la tensión y frialdad apoderarse de su drow, un total contraste a lo que proyectaba tan solo un par de minutos atrás.

—Sí —respondió en un hilo de voz luego que un escalofrío descendiera por su espalda. ¿Qué tal si lo estoy lastimando? Sin embargo, no le era posible confirmar sus miedos pues él se había cerrado por completo a ella. En donde usualmente encontraba el amor y la calidez de su elfo, ahora solo hallaba una pared.

—Todo lo que me pidas o me ordenes al pronunciar mi nombre completo yo debo hacerlo exacto como lo dijiste o la magia antigua me obligará por las malas.

—¿A qué te refieres con «por las malas»? —le interrogó con los ojos agrandados y las cejas casi unidas por la angustia.

—Dolor.

—Entonces… —recordó sus palabras anteriores cuando le exigió saber TODO sobre los drows y el pánico entró en su corazón con el mismo despliegue de poder de un vendaval—, ¿deberás contarme todo hoy?

Él se negó a responder o mirarla siquiera.

Ella cerró las manos en puños y el nombre completo de su “marido” estuvo a punto de rodar fuera de sus labios, pero pudo morderse la lengua a tiempo. De ahora en adelante tenía que quitarse la maldita costumbre de llamar a la gente por su nombre completo cuando estaba enojada. O puedo meter a mi amor en un lío del que no pueda soltarse sin sufrir por ello.

No tenía que ser un genio para darse cuenta de que solo había una forma de arreglarlo: retractándose. Con un poco de suerte la nueva orden anularía la primera y le evitaría más problemas a su querido elfo. De veras espero que funcione pues no quiero verme como una idiota preguntándole algo que hasta un niño puede deducir.

—Me retracto de lo que te pedí. No tienes que contarme todo sobre tu cultura y tu planeta ahora mismo, Yis L’Itagar Gamel’le, puedes tomarte tu tiempo. No es necesario que lo hagas todo de una vez.

Él la observó sentada en la otra esquina del mueble, el espacio de una persona separándolos, y sus irises brillaron con tristeza.

—¿Tanto te preocupa que sufra?

Fue el turno de ella para sentirse ofendida ante tal interrogante. Apretando los labios en una delgada línea mientras se acercaba, Adara le devolvió una mirada al elfo que mostraba las llamas en sus venas, alargó la mano hasta su cabeza y le pegó sin poner mucho empeño en el gesto. Sin embargo, el verlo quejarse para luego fulminarla con su mirada plateada fue suficiente para apaciguar el enojo y evitar que dijera algo de lo que después pudiera arrepentirse.

—Te lo mereces por hacer una pregunta tan estúpida —replicó ella de inmediato—. Si no hubieras alzado una pared entre nuestros corazones sabrías que la sola idea de hacerte sufrir me duele en el alma. Es más, eso es algo que deberías tener grabado a fuego en tu cabeza de tanto que te lo he dicho. ¿Por qué aún no lo crees?

—¡Porque no quieres regresar conmigo a Svartálfaheim, pretendes que te vea envejecer y morir, Adara! —exclamó él, levantándose del sofá y comenzando a pasearse frente a ella como un animal desesperado—. Me pides demasiado, sar’gek. No es solo todo el dolor de ver cómo te escaparás de entre mis dedos, sino que esas malditas voces vendrán por mí de nuevo hasta que ya lo no resista más y, ¡te siga a la tumba! —confesó, hundiendo ambas manos en su cabello para tirar de éste—. No quiero morir. Sueño con vivir a tu lado por la eternidad y formar una familia juntos; si nos quedamos aquí en Midgard perderemos todo eso, nos esperará solo muerte y dolor.

—Voces… ¿Qué voces, Itagar? —preguntó ella con un tono marcado por la angustia y el temor.

¡Mierda! No se suponía que le hablaras del glavarshker tan pronto, idiota.

—¿Itagar? Dime, por favor.

—Los drows que encuentran a su segundo colmillo del murciélago están malditos, por así decirlo —Se acercó a su duendecilla con el corazón pesado mientras levantaba la mano hasta acariciarle el rostro y rozaba su pulgar sobre aquellos suaves labios de cereza. Sabía que la estaba atrapando entre la espada y la pared, pero había sido ella quien pidió respuestas—. Cuando perdemos a nuestra alma gemela, ya sea porque nos abandone o porque muera, el dios solar, enemigo de Loth, y sus acólitos llenan nuestra mente con sus voces; las cuales aumentan en intensidad e intervalos según transcurre el tiempo hasta que sucede una de dos cosas: matas un inocente, haciendo que la diosa te devore como castigo, o te suicidas. A todo ese descenso a la locura le llamamos kev’ahral glavarshker o síntomas de la pérdida del segundo colmillo.

La joven se quedó de piedra sin saber qué decir o hacer.

Pareció haber pasado una eternidad cuando finalmente parpadeó y sus labios se movieron.

—Quiero que me respondas una cosa sin titubeos o miedo a lastimarme: ¿Tú sufriste todo eso cuando yo abandoné tu mundo y te dejé atrás?

Detrás del Espejo (Generales Oscuros #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora