Capítulo 27 ✔

182 13 14
                                    

Dedicado a BlancaFlores593

No puede ser.

La sacerdotisa sería una bicha sádica que amaba infligir dolor dentro y fuera de la cama, pero era su señora, la mujer a quien él le había jurado lealtad frente a su oscura diosa. Era su deber velar por su seguridad sin importar cómo el resto de la sociedad la percibiera. Además, Cerias era la segunda fémina más poderosa de toda la Ciudad Oscura, nadie tenía el derecho de tocarla más de lo que harían con la antigua sabia o la propia Loth.

Sin embargo, Itagar hizo algo más que tocarla, se ha autoproclamado su asesino.

Los pies de Reiner se movieron por sí solos mientras apretaba la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes comenzaron a dolerle. Había fallado. El maldito del exgeneral había causado que fallara en su más importante deber: proteger a la Gran Sacerdotisa de Loth. ¿Cómo? ¿Cómo había sido tan imbécil de abandonar su puesto para salvar a una mugrosa mortal?

—¿Tú mataste a la Exaltadísima? —No se sorprendió para nada al escuchar el hielo cortante en su voz.

—Esa perra ya no tenía nada de exaltada —dijo Itagar con voz monótona mientras levantaba su mano izquierda y posaba sus ojos sin brillo sobre ella—. Aquí sostuve su corazón antes de exprimir la vida fuera de aquella retorcida cosa.

Apretando los dientes hasta hacerlos rechinar, Reiner sacó un pequeño, pero filoso cuchillo que llevaba adherido a su brazal izquierdo y su mano derecha se dirigió a la garganta del asesino de su ama como una flecha. Itagar fue más rápido, tomando la muñeca de su atacante y torciéndola con tal brusquedad que los huesos crujieron seguido de un aullido de dolor. El cuchillo resbaló de los dedos del drow morado, cayendo en la mano que lo esperaba y, con un susurro de aire, fue clavado en el hombro izquierdo de su dueño. Esa vez solo un quejido escapó de la garganta del rubio antes que éste saltara lejos del alcance del exgeneral.

Los ojos de Reiner se entornaron sobre el peliblanco mientras aquel se ponía de pie y desenfundaba dos dagas de hierro negro con unas runas en sus hojas que refulgían como la luna. Runas que jamás había visto en su larga vida, pero que hacían que los pequeños cabellos en la parte trasera de su cuello se erizaran. Aquello no era la magia que ellos estaban acostumbrados usar: era poderosa, antigua y totalmente espeluznante.

—De seguro te estarás preguntando cómo pude contrarrestar tu ataque cuando tú siempre fuiste más veloz que yo —dijo Itagar mientras doblaba las rodillas y separaba los brazos de su torso, esperando que su oponente hiciera el primer movimiento.

Reiner esbozó una amarga sonrisa que haló las comisuras de su boca sin ningún sentimiento tras el gesto para luego pronunciar un hechizo que materializó una espada en sus manos. El metal plateado brilló cuando un rayo de luna cayó sobre él.

—No tengo idea de si vendiste tu alma a los demonios de Niflheim o alguno de los dioses, pero no me importa. Lo único que deseo es vengar la muerte de nuestra ama —gruñó al mismo tiempo que cargaba contra el exgeneral y descendía su espada sobre la cabeza de éste.

Itagar cruzó las dagas de Loth en ‘x’ un segundo antes que el chirrido de metal contra metal hiciera eco en la cueva y las runas en sus armas brillaran con mayor intensidad. Percibió la fuerza que ejercía el rubio sobre sus dagas, esperando romper su protección y herirlo, pero, utilizando el poder que su diosa le había otorgado, empujó a su oponente hasta que éste gruñó y luego separó sus dagas. La brusquedad de la movida hizo trastabillar al drow morado al mismo tiempo que su espada voló fuera de sus dedos para hacer un arco sobre su dueño y clavarse en la pared rocosa tras él.

—Ella ya no es mi ama, de hecho, ya no es dueña de nadie —sentenció el peliblanco, odio marcando cada una de sus palabras.

Con un sonido de exasperación que curvó un lado de su labio superior, una esfera de fuego se formó en segundos entre los dedos de Reiner para luego ser lanzada contra el exgeneral. Sin embargo, hielo creció alrededor de su enemigo en una fracción de segundo, cubriéndolo en algo parecido a un capullo de flor. La bola llameante impactó contra el capullo, haciendo una pequeña explosión que extendió llamaradas sobre toda la superficie helada, y la cueva se llenó con el siseo serpentino producido por el encuentro de ambos elementos.

Justo donde la esfera había chocado, varios ríos comenzaron a brotar del hielo hasta formar un hueco que dejaba ver el pecho negro del drow en su interior.

Reiner sonrió y un brillo oscuro tiñó sus orbes lilas.

Aprovechando ese momento en que el frío escudo todavía luchaba por mantenerse en pie, el elfo rubio corrió a sacar su espada de la roca mineral. Agarrando el mango con fuerza, tiró hacia arriba dos veces hasta que las tres pulgadas de metal se liberaron de su prisión y giró sobre sus talones para encarrar al exgeneral. Con el mismo impulso sus dedos soltaron la espada, convirtiéndola en un proyectil dirigido directo al descubierto pecho de Itagar.

De repente, los ojos plateados del peliblanco se encendieron con luz y el arma que pretendía empalarlo simplemente se detuvo en el aire, a centímetros de atravesar el ahora gigantesco hueco en el capullo de hielo. El resto del frío escudo cayó en pedazos al terreno rocoso en una sinfonía de crujidos y desgarres que permitieron al drow en su interior dar un paso adelante hasta que la punta de la espada quedó a un cabello de perforar aquella oscura piel. Un segundo después, los irises del avatar de Loth perdieron su reluciente brillo y el arma se precipitó al suelo, chocando con un quejido metálico.

—Imposible —murmuró el elfo morado con sus ojos lilas agrandados ante lo que su antiguo compañero acababa de hacer. La fuerza y rapidez mental que se necesitaba para detener un objeto a tal velocidad era enorme—. Yo ayudé a que tu mujerzuela humana retornara a Midgard y, ¿así es como me pagas? ¿Asesinando a la mujer que juré proteger?

—La única razón por la que ayudaste a Adara fue para salvar cara frente a la Ar’gik Chysmallar, pero ¿sabes qué? —dijo Itagar, sosteniéndole la mirada a Reiner mientras un silencioso clon se le acercaba por la espalda y le clavaba una daga hasta el mango en el pulmón derecho. El rubio emitió un grito ahogado a la vez que sangre se derramaba de sus labios—. No fue suficiente. Solo un acto de bondad verdadera te pudo haber salvado —susurró el clon en el oído de su víctima antes de ponerle el filo de la otra daga sobre el cuello y abrirle una segunda sonrisa.

Detrás del Espejo (Generales Oscuros #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora