Capítulo 22 ✔

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Uno de los guardias allí se giró bruscamente en dirección a la voz que escucharon, pero los efectos del vino no se hicieron esperar y el hombre perdió el balance, cayendo de costado al suelo con un sonido sordo. No llevaba armadura, sólo un atuendo de cuero de una sola pieza pegado al cuerpo por lo que, al golpear la roca, un quejido salió de sus labios seguido de una maldición. Su acompañante, quien había celebrado las palabras de Itagar como si no fueran dirigidas a su persona, volteó para luego doblarse, agarrándose el vientre, y reírse a carcajadas al verlo tendido en el piso de la biblioteca; no muy lejos de donde los restos de Sheif yacían esparcidos.

Oyendo su sangre golpear sus sienes demandando más muerte, la justicia de Loth se movió con rapidez y hundió sus dagas negras en el borracho riente; una fue clavada en su estómago mientras que la otra terminó atravesando su garganta. El líquido escarlata le roció el rostro, manchando su piel con el color favorito de su bestia e impregnando su nariz de aquel aroma metálico. Mientras, su mano derecha quedó empapada en más sangre al girarla en el interior del bastardo y sentir cómo desgarraba el estómago.

Absoluta delicia.

El cuerpo cayó al suelo igual a un saco de alimentos descartado, tintando las rocas con el líquido vital que poco a poco se mezcló con aquel ya oscurecido de Sheif.

Relamiéndose y disfrutando del néctar con sabor a hierro sobre sus labios, Itagar se volteó hacia el gusano restante. Su víctima lo miraba con ojos ligeramente desorbitados y la mandíbula temblando, sin poder decidirse entre quedarse abierta o cerrada. Al dar un paso hacia adelante, mojando sus pies en sangre por segunda vez, el asombrado guardia al fin reaccionó, parándose de un salto, y sus manos fueron a su cinturón, buscando una espada que no se hallaba allí. El exgeneral sonrió, observando al otro drow palidecer ante él para luego éste caer arrodillado, rendido ante un ser superior.

—Tú debías estar en el cuarto de tortura —murmuró el guardia cuando Itagar se detuvo frente a él.

Esa voz trajo de vuelta malos recuerdos a la cabeza del elegido de la diosa. Esa voz le pertenecía a uno de los dos drows que había arrancado del cuerpo de Yira aquella vez hacía tantos siglos atrás. Esa voz le pertenecía al violador de una inocente… a un elfo sentenciado a muerte.

—Tienes toda la razón: debía —susurró la justicia de Loth, tomando el rostro del drow por el mentón y forzándolo a cruzar miradas—, pero alguien debía limpiar la inmundicia acumulada en el sagrado templo de la Señora de los Ojos Brillantes —terminó con un tono lleno de maldad y placer antes rasgar el cuello de su víctima.

Un río escarlata descendió por la garganta de aquel gusano, oscureciendo la parte superior de su vestimenta de cuero antes de que el cuerpo cayera de bruces al piso.

Itagar se apartó, limpiando la sangre en la hoja de su daga sobre su pantalón, y su mirada enrojecida le dio una barrida al lugar. Las esquinas de sus labios se curvaron casi imperceptiblemente al admirar su trabajo. La mayor parte del piso de la biblioteca se hallaba cubierto de rojo además de algunas vísceras no muy lejos del centro de la habitación. La mesa que Sheif había estado utilizando antes que toda la matanza comenzara, se encontraba contra el librero en la pared del fondo con los libros y mapas rociados de rojo de la forma más grotesca posible. Cualquiera diría que Itagar había dirigido los chorros de sangre intencionalmente para que decoraran la literatura.

Era hermoso y salvaje.

La decoración perfecta para una criatura de la oscuridad como él.

Por esto mismo es que ella se fue y te abandonó. ¿Quién podría amar a un animal como tú? Voces comenzaron a susurrar en su cabeza; cada una con un tono de burla y asco dirigidos hacia su persona.

Un asqueroso asesino como tú no merece una luz tan hermosa como ella.

Es cierto, la humana hizo bien en abandonarte. Tarde o temprano terminarías degollándola igual que hiciste con estos pobres diablos.

—Cállense —murmuró el elfo, sosteniéndose la frente mientras apretaba los ojos cerrados—. ¡Estos bastardos se merecían mucho más de lo que sufrieron!

¡Ajá! Así que no niegas que un día terminarías matando a tu colmillo.

Itagar abrió sus ojos de repente y comenzó a mover la cabeza de un lado para otro en la biblioteca, como si esperaba que de las sombras saltaran sus hostigadores para atacarlo. Sus orbes rojizos se veían agrandados y casi salvajes, pero, a la misma vez, llenos de un miedo muy real.

—No. Yo nunca la lastimaría. No a ella. Amo a Adara.

¿La amas? ¿Cómo puedes amarla cuando hace solo unas horas que la conoces? Seguro solo la estás utilizando para el sexo.

El exgeneral enredó sus dedos entre las hebras de su largo cabello blanco y tiró con fuerza. Quizás el dolor ayudaría a ahogar esas malditas voces que no dejaban de susurrarle cosas. Sin embargo, no funcionó así que caminó hasta uno de los tantos estantes y estrelló la cabeza contra la madera. Su cráneo pareció partirse en dos mientras unos horribles latidos golpeaban su frente como si demandaran escapar de una prisión. Un gemido salió de sus labios y lágrimas anegaron sus ojos, empañando su vista hasta que sólo podía discernir la silueta del librero frente a él.

Paz. Por unos preciados segundos pudo disfrutar de una exquisita paz hasta…

Carcajadas parecieron hacer eco en aquel lugar que él había convertido en una tumba y, entonces, una de las voces volvió a hacerse presente.

No vas a poderte deshacer de nosotros tan fácil, engendro de Loth.

Gritando una maldición, Itagar agarró los lados del librero con tanta furia que la madera crujió bajo sus dedos, y otra vez golpeó su cabeza contra el estante que quedaba a nivel de su sien. La madera aulló, astillándose hasta partirse a la mitad y caer sobre los libros del estante de abajo. Los tomos que estaban en el medio cayeron al piso, algunos golpeando pesadamente sus pies, mientras otros quedaron como dominós caídos sobre las ruinas de lo que fue su estante.

Sangre se escurrió entremedio de sus ojos a los pocos segundos, confirmando lo que su cuerpo intentaba decirle con el ardor de su frente. Increíblemente, a pesar de encontrarse un poco mareado, no sentía dolor en aquellos momentos. De seguro el impacto había sido tan fuerte que había adormecido el área.

No sabía si era debido a los golpes, pero, al fin, solo oía un zumbido dentro de sus oídos, igual a un enjambre de abejas.

¿De dónde venían esas condenadas voces? Parecían venir de cada esquina oscura y también de su cabeza. ¿Se estaba volviendo loco? ¿Acaso los efectos de perder a su segundo colmillo de la araña ya habían comenzado a atacarlo?

Eso es, bestia, continúa golpeándote. No eres nada más que un animal sediento de sangre.

¡Hijo de puta! Por alguna maldita razón el dolor no había funcionado, así que solo le quedaba…

—¡Já! ¿Tú dices que soy una bestia? —preguntó el drow antes de empuñar las manos y gruñirle a la voz—. No has visto nada aún, imbécil. Yo te enseñaré lo que una verdadera bestia puede hacer.

Detrás del Espejo (Generales Oscuros #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora