Capítulo 24 ✔

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Esa simple palabra pareció golpear al elfo como un mazo en el estómago y logró que sus manos dejaran de aplicar fuerza sobre el cuello de la mujer.

-No, no, no, no -murmuró Itagar mientras sus irises se agrandaban y sus manos temblaban-. No me agradezcas por esto. No me agradezcas por...

Cerró los ojos, tratando de apartarse del evento, pero al abrirlos vio unos profundos orbes azules enmarcados por cabello del mismo color. Era Adara. Sus manos estaban quitándole la vida a su duendecilla.

No. No era posible. Ella no estaba en Svartálfaheim, ¿o sí?

Paralizado, observó los labios de su amada moverse, formando las últimas palabras que Yira pronunció antes de que la asesinara. «Hazlo, Itagar.» La voz de su querida hechicera se impuso sobre todas las demás dentro de su cabeza, reabriendo una vieja herida en su corazón y dejando fluir la agonía que guardaba por todo el cuerpo del drow.

Un aullido de puro dolor se abrió camino por su garganta y saltó lejos de su víctima para caer sentado sobre el suelo de roca. No. Se negaba a creer que casi había asesinado a su querido colmillo. No, él nunca haría cosa semejante, nunca dañaría intencionalmente a la dueña de su corazón. Todo era culpa de sus desconfiables sentidos. Sus ojos debían haberlo engañado. ¿Nunca fue Qik'ta quien se le acercó o era al revés?

Un sollozo dejó sus labios. Ya no sabía en qué creer.

El sonido atrajo la vista de la esclava hasta su antiguo amo y su corazón se retorció con la desgarradora imagen. Le dolía verlo tan fuera de sí mismo pues, a pesar de que su relación no comenzó de la mejor manera, Itagar siempre había intentado cuidarla todo cuanto pudo. Aún con la respiración agitada, pero guiada por su corazón en vez de su miedo, Qik'ta apoyó el peso de su cuerpo sobre un brazo mientras extendía el otro hacia él, sin embargo, el exgeneral sacudió la cabeza de lado a lado con los ojos desorbitados.

-¡No! ¡Aléjate de mí si no quieres morir, Adara! -suplicó, arrastrándose hacia atrás hasta que su espalda se pegó a la pared del pasillo-. Vete. Déjame solo. Y-yo no te me-e-rezco, sar'gek. No soy digno de ti -susurró, bajando la cabeza y entrelazando sus dedos en su cabello para luego cerrarlos en un puño.

-Pero, amo, yo no...

-¡Vete ahora!

Mordiéndose el labio, ella se alejó corriendo y sus pasos parecieron arrancar un poco de la confusión que plagaba la mente de Itagar. Recordó el hoyo negro que halló en su interior en lugar de su duendecilla y lágrimas resbalaron por sus negras mejillas. Debía tener siempre presente en su cabeza que Adara estaba fuera Svartálfaheim para no dejarse engañar de nuevo. Su partida era el motivo por el que estaba oyendo voces y, aparentemente, viendo alucinaciones también. Sus síntomas empeoraban con una velocidad alarmante sin darle una oportunidad de detener o, al menos, aminorar el proceso.

¿Qué iba a hacer? No deseaba ser devorado por su señora después que ella había puesto su confianza y bendición sobre él.

Eres patético.


Un completo inútil.

Las voces volvieron a subir en volumen, enojadas por no haber presenciado lo que les había prometido.

Ni siquiera sirves para entretenernos.

-Basta -murmuró Itagar entre dientes.

¿Por qué no nos haces un favor a todos y te degollas de una vez?

-Basta.

No servirías ni como sacrificio para la inmunda de Loth.

-¡Basta ya, malditos gusanos! -gritó a todo pulmón, sin importarle quien escuchara, mientras se levantaba de un salto. Estaba harto y quería que todo terminara ya-. ¿Cómo se atreven a insultar a mi señora? ¿No es suficiente con volverme loco con sus gritos, también tienen que ensuciar el nombre de la Ar'gik Chysmallar? -Sacó una de las dagas de su cinturón, observando la hoja con intensidad. La idea de degollarse le estaba comenzando a parecer atractiva. Prefería matarse él mismo que fallarle a su diosa y obligarla a devorarlo. Comoquiera moriría al fin y al cabo pues la ausencia de su sar'gek hacía más que solo volver locos a los drows, los iba matando poco a poco. La cosa era que casi ninguno lograba morir de soledad porque su locura solía provocar que la diosa los devorara primero.

Risas hicieron eco a su alrededor.

Eso es. ¡Hazlo!

Itagar puso el frío filo de la daga contra la piel de su cuello antes de cerrar los ojos cuando el par de armas salieron disparadas hacia la pared opuesta del pasillo y se clavaron en ella, enterrándose varios centímetros en la piedra.

-Ignora a los acólitos de Yamrar y concéntrate en mi voz, Yis L'Itagar Gamel'le -dijo Loth, poniendo una mano en el hombro derecho del drow-. Yo puedo ayudarte a expulsarlos de tu mente, pero necesito que lo desees y más que nada necesito que desees vivir para ver a tu sar'gek de nuevo.

-No, mi señora, yo no soy digno -murmuró Itagar, sacudiendo su cabeza-. Casi mato a una mujer inocente. Lo único que merezco es la muerte, no su ayuda.

La diosa lunar se detuvo en frente de su siervo y sus delicadas manos le acunaron el rostro, forzándolo a devolverle la mirada. Aquellos ojos negros comenzaron a brillar con una luz plateada que lucía hermosa y tentadora en la oscuridad que los rodeaba.

-Escucha con atención mis palabras -declaró, percibiendo como los acólitos de Yamrar redoblaban sus esfuerzos contra Itagar. La luz se intensificó y sus dedos aferraron con más fuerza-. Tú no eres culpable de nada, mi criaturita de oscuridad. Esto fue el resultado del egoísmo de Reiner, nada más ni nada menos. Así que lucha, Yis L'Itagar Gamel'le, lucha para sobrevivir y te prometo que la volverás a ver -Emitiendo más luz lunar, Loth utilizó los poderes que ella le había otorgado al drow para atacar a los acólitos desde dos frentes. Ellos eran muchos, pero su dios no los estaba respaldando en esos momentos así que, por una única vez, podría salvar a uno de sus niños. Sin embargo, necesitaba que él deseara ser salvado, necesitaba que él deseara vivir-. Ella aún te ama, Itagar. Ella te necesita.

La voces en su cabeza habían disminuído y ya no parecían interesadas en él sino en la diosa que intentaba rescatarlo. ¿Se atrevería a creer en sus sentidos de nuevo? ¿De verdad Loth se hallaba allí frente a él? Quizás sí debía creer pues, por primera vez desde que había comenzado a escuchar aquellas malditas voces, ellas estaban concentradas en otra cosa aparte de su persona.

Recordó a su duendecilla peliazul y sus labios se curvaron en una leve sonrisa. Ella le había rogado que la marcara, pero antes de eso le había pedido, con las mejillas encendidas y la voz coqueta, que la acompañara a su hogar.

Su sonrisa tomó una pizca de angustia y más lágrimas brotaron de sus irises plateados mientras asentía.

-Sí, Adara, quiero volverte a ver y recorrer Midgard a tu lado.

Loth sonrió ante aquellas palabras a la vez que la luz de sus ojos cubría todo su cuerpo, aumentando poco a poco de intensidad. Los acólitos reforzaron sus ataques, lanzándole con todo su repertorio de hechizos, sin embargo, ahora que su avatar de justicia se había unido, no podrían repelerla.

Siendo atacados por delante y por atrás con tanto luz como oscuridad, las reservas mágicas de los seguidores de Yamrar fueron agotándose hasta que en una explosión de luz fueron expulsados de la mente de Itagar.

Al menos aquel era un problema menos del que preocuparse.

Detrás del Espejo (Generales Oscuros #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora