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POV LISA

He estado jugando mi vida entera y solo he perdido unas pocas prácticas. Todas habían sido cuando estuve demasiado enferma para practicar, pero yo fui, y me senté en los laterales e hice los entrenamientos que podía manejar. Hoy, estaba violentamente enferma. Desperté para encontrar que cada rastro de Rosé estaba fuera de mi casa, y enloquecí. Me descargué con todo a la vista, desde los dos Balones de Oro que había ganado hasta los floreros de cristal que Rosé había limpiado y rellenado para mí el día que salió con Victoria. A donde volteaba veía su rostro. En la cocina, la olía cocinando. En la sala de cine, la vi sobre el diván. En mi dormitorio, olí su esencia sobre mis sábanas.

Estaba sentada sobre el frío piso de mármol, mis pies no muy lejos de las piezas rotas de jarrones de cristal que golpee contra el suelo, cuando hubo un golpe en mi puerta. Lo ignoré. Miré arriba y a través del panel de cristal, vi a Sergio de pie en el otro lado. Miré el suelo. Después de más golpes ruidosos, él finalmente desbloqueó la puerta. Mi cabeza se disparó hacia arriba.

-¿Cómo demonios hiciste?

-¿Quién crees que llevó a Rosé al aeropuerto esta mañana? -preguntó él, sus ojos amplios mientras se arrastraban sobre la sala-. Esto parece como una jodida zona de guerra. Sin doble sentido.

-Así que, ¿ella te llamó? -pregunté, mi voz sonando tan distante como me sentía.

Ella llamó a Victoria.

-¿La viste? -le pregunté, tragando para pasar el nudo formándose en mi garganta.

-Lo hice.

-¿Cómo lucía ella?

-No mucho mejor que tú -respondió él, caminando hacia mí y sentándose sobre el suelo junto a mí-. Así que ¿supongo que debo preparar un comunicado de prensa sobre la práctica que te perdiste hoy?

-Me siento enferma.

-Sí, estaba planeando usar esa excusa.

-No, en serio me siento jodidamente enferma.

Vomité dos veces más temprano, y no podía decir si había pescado algo o si era una forma de mi cuerpo para eliminarse a sí mismo de mí. No lo culparía si ese fuera el caso. Sergio permaneció en silencio.

-¿Crees que la perdí para siempre? -susurré.

Una ola de emoción vino sobre mí mientras decía las palabras. Sabía que no lloraría, pero me sentía como si pudiera. Miré a la puerta como si en algún momento ella iba a pasar por allí y correría dentro de mis brazos de nuevo, aunque sabía que ella no lo haría.

-No lo sé, amiga. Espero que no. Ella es buena para ti.

-Ella es la mejor cosa que alguna vez me pasó.

Sergio suspiró con fuerza. -Yo fui un gilipollas con ella.

-Lo supe. Sé que tenías buenas intenciones, pero yo te habría despedido si seguías con lo mismo -le dije, mirando hacia él. Él sonrió.

-Lalisa Manoban enamorada. Ese es un gran título para un artículo de las noticias -meditó él.

-Jódete.

Mi corazón se agitó por esa idea. Tiempo. -¿Cuánto tiempo?

-Tanto como el que ella necesite.

Suspiré. Podía sentarme y culpar a Nana por ser la perra que ella era, pero no lo hice, porque fue mi error en primer lugar. Debería haber estado limpio más pronto. Nunca debí haber ocultado mi identidad de ella.

-He estado alrededor por treinta y un años, y se necesitó esa cantidad para realmente vivir -dije a nadie en particular-. Y se necesitó de Rosé para mostrarme cómo hacerlo.

-Estarás bien. -Sergio se levantó y me pateó en la rodilla-. Limpia este desastre, amiga. Te espero de regreso en el campo mañana.

Con eso, él se fue. Sabía que Rosé aún estaba volando, así que esperé, revisando mi teléfono cada dos segundos hasta que supe que ella había aterrizado. Finalmente, lo hice. Esperaba por completo que ella dejara ir la llamada al buzón de mensajes, así que cuando ella descolgó y oí su ahogada voz decir hola, mi corazón se sacudió en mi garganta y apenas podía responder.

-¿Conseguiste regresar? -pregunté. Mi propia voz sonaba ahogada. No estaba segura si fue el vómito o el hecho de que mi corazón estaba empujando en mi garganta.

-Sí.

Suspiré, odiando la manera en que ella estaba hablándome, como si fuera una extraña. ¿Cómo podría hacerlo mejor? ¿Qué podía decir? Fui con la única cosa en la que podía pensar.

-Te amo, Rosé. Te amo muchísimo.

Ella estuvo en silencio por un segundo, dos, tres. Miré a la pantalla para asegurarme que ella aún estaba allí. Cuando la llamé por su nombre, la oí esnifar.

-Tú no sabes lo que es el amor, Lisa -susurró ella-. Amar es poner tus propios sentimientos a un lado por el beneficio de otro.

Me senté contra mi cabezal, el impacto de sus palabras ardiendo directo a través de mi corazón. Abrí mi boca para decir algo, pero ella habló antes de que yo pudiera.

Y justo así, ella terminó la llamada, efectivamente rechazándome.

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La JugadoraWhere stories live. Discover now