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POV LISA

No tenía planeado irrumpir en la manera en que lo hice, pero una vez que la vi no pude detenerme. Y estaba agradecida por eso. Estaba sentada en su nueva mesa del comedor con un vaso de lo que sea que ella me había servido. La última vez que conseguí una limonada real fue cuando estaba viviendo con mis abuelos en Barcelona. Tomé un pequeño sorbo, encogiéndome por el ácido sabor. Miré en el vaso con un ceño fruncido.

—¿Qué estoy bebiendo?

Ella rio desde el dormitorio. Permaneció allí doblando su ropa mientras yo venía al comedor y tomaba su computadora para ver las fotos en el USB del que me había hablado.

—Se llama Morir Soñando. ¿Te gusta?

Sentí mi ceño profundizarse. —¿Morir soñando?

—Sí. ¿Te gusta o no? ⎯preguntó, de pie en la entrada de su habitación.

Ella posó una mano sobre su cadera y levantó una ceja, esperando mi respuesta. Traté de mantener mi rostro neutral mientras tomaba otro sorbo. Para ser sincera, estaba delicioso, lo que sea que fuera.

—Puedo decir que te gusta, sabes ⎯dijo, sus cejas aun sosteniendo un desafío.

—¿Oh, sí? ¿Cómo es eso?

—Consigues una distintiva mirada en tus ojos. Es como si ellos se ampliaran un poco en asombro, y tu labio inferior se curva ligeramente.

Empujé mi silla hacia atrás para ponerme de pie, sin alejar mis ojos de ella. Mientras caminaba, dejó caer su mano de su cadera y tragó visiblemente mientras su miraba hacía su camino hacia arriba por mi cuerpo. Esta dejó un hirviente rastro en cada pulgada por la que deambuló y sentí mi corazón golpear más fuerte. Cuando la alcancé, ella inclinó su cabeza para encontrar mis ojos justo cuando levanté mi mano para acunar el lado de su rostro.

Nuestros cuerpos parecían en sincronía, cediendo a cada toque. Su respiración se levantó mientras ambas nos mirábamos la una a la otra, mi pulgar acariciando la suave piel de su ahora coloreada mejilla.

—¿Está esa mirada en mi rostro ahora mismo? ⎯pregunté. Sus ojos se ampliaron ligeramente. Si no la conociera mejor, habría pensado que estaba en pánico. Susurré⎯: Dime.

—Yo... Yo no lo sé ⎯tartamudeó, sacando su mirada de la mía.

—Sí, lo haces.

Ella asintió lentamente, sus ojos deslizándose suavemente de regreso a encontrar los míos. Bajé mi rostro para besarla. No podía estar así de cerca de ella y no besarla, no abrazarla, no tocarla. E incluso aunque fuera un sentimiento agridulce, incluso aunque sabía que yo no la merecía, la besé de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, hasta que necesitamos apartarnos.

—No te merezco ⎯dije, un murmullo contra sus labios⎯. Pero no puedo dejarte ir.

Dejé caer mi mano y caminé de regreso a la mesa, tomando un asiento de nuevo y regresé con la tarea que estaba realizando. Finalmente, abrí el archivo de imágenes y me avergoncé, mirando arriba hacia ella de nuevo. Ella aún estaba arraigada en el mismo punto en que la dejé.

—¿Viste estas?

Ella se encogió de hombros. Miré de regreso a la pantalla y me mantuve desplazándome antes de saltar a la segunda y tercera carpeta para abrir la cuarta.

Era una granulosa imagen de mí en un club nocturno, la foto probablemente no habría sido procesada de no haber sido por las luces púrpuras brillando justo hacia mí en el momento exacto. Mi cabello estaba diferente, más corto. Mi figura era más delgada. Debí haber tenido veinte al menos, pero no había error de que era yo. Tampoco había error de lo que la rubia en el vestido negro estaba haciendo mientras estaba arrodillada frente a mí. Había una mesa bloqueándola de la vista, pero mis manos agarradas a la parte superior de su cabeza y mi cabeza lanzada hacia atrás... no había error en eso.

Mi corazón se hundió hasta la boca del estómago. ¿En qué demonios había estado pensando? Sacudí mi cabeza. Incluso mientras la rabia comenzaba a titubear dentro de mí, esperando por una excusa para desatar a quien sea que envió esto a Rosé.

—¿Las has visto todas? ⎯pregunté, tragando mientras esperaba por su respuesta. No podía ni siquiera mirarla.

—Cómo cuatro o cinco. Me detuve cuando llegué a lo que parecía que estaba a punto de volver un trío.

Su suave voz llamó mi atención. Cuando finalmente la miré, estaba descascarando su esmalte de uñas con una mirada desinteresada en su rostro, y eso rompió mi corazón más de lo que una enfadada mirada o una molesta lo haría. Cerré mis ojos momentáneamente para juntar mis pensamientos.

—¿Estás bien con lo que viste? ⎯pregunté.

—¿Por qué no lo estaría? ⎯preguntó, mirándome de nuevo. Me quedé viéndola, incapaz de pensar algo bueno que decir⎯. No estoy aquí para juzgarte, Lisa. Si así es como vives tu vida, entonces... ⎯Se encogió de hombros de nuevo.

Gruñí y me puse de pie de nuevo, esta vez tomando grandes y rápidas zancadas hasta que la alcancé y envolví mis brazos alrededor de ella para jalarla más cerca.

—Esa ya no soy yo. Esa es la Lisa estúpida, joven, de mal juicio, calentóna, de veinte y tantos años.

Ella me jaló hacia atrás y miró arriba hacia mí. —¿Cómo es la Lisa de treinta-y-un-años?

—Calmada, genial, serena, elegante, y muy buena en la cama.

—Y modesta. Olvidaste modesta  ⎯dijo Rosé, sacudiendo su cabeza con una risa.

Sonreí. —Extremadamente modesta.

Mientras Rosé ordenaba su ropa, recogí el USB y la carta con la completa intención de ir a casa de mi hermano y confrontarlo acerca de esto. Solo esperaba que, para entonces, yo me calmara y no fuera derrotada con la urgencia de golpear su rostro.

La última cosa que mi madre necesitaba era más angustia, especialmente por mi culpa. Me escurrí fuera de la cama de Rosé alrededor de la medianoche, besando su frente ligeramente y sonriendo por los ligeros ronquidos que, juraba, no hacía. Sería fácil quedarse.

Sería fácil decirme a mí misma que estaba haciendo lo correcto envolviendo mis brazos alrededor de ella y sosteniéndola cerca de mí toda la noche.

Era lo que quería hacer, y eso es exactamente el por qué necesitaba irme.

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La JugadoraWhere stories live. Discover now