Capítulo 26

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Echó las cuatro vueltas de llave y la dejó puesta como medida extra de seguridad. Vivir sola y alquilada implicaba cierta exposición, existía al menos otro juego de llaves en poder de los dueños y eso significaba que podían entrar en cualquier momento, salvo si ella las dejaba puestas por dentro.

Fue desnudándose de camino al baño, era bastante tarde pero necesitaba una ducha para quitarse de encima el olor del hotel y acostarse limpia y relajada. El ron y el rato de charla con Jesús y Ana habían ayudado, pero el agua caliente eliminaría la tensión de sus músculos, acumulada durante tantas horas. Lo necesitaba. Era ya un ritual adquirido, primero desmaquillarse, luego la ducha y, después de secarse, la crema. Este último paso a veces se lo saltaba, para tormento de su conciencia que no dejaba de repetirle la importancia de mantener la piel hidratada.

Veinte minutos después, se dejó caer sobre la cama, rendida. Se arropó bien, dejándose acariciar por el algodón de la funda del nórdico, luego apagó la luz y cerró los ojos, más que dispuesta a dormir. Sin embargo, los acontecimientos del día empezaron a desfilar por su cabeza, en concreto uno en particular.

Recordó el momento en que Luisita había cedido y había dejado que su espalda se escurriera un poco más contra la pared cimbreante de aquella zona del tren, de manera que el contacto con su muslo fuera constante y más intenso. La oyó gemir de nuevo y le pareció sentir otra vez el golpe de su aliento caliente contra la piel del cuello, como cada vez que había exhalado con ese quejido de necesidad que a Amelia casi la había vuelto loca.

Se dio media vuelta y acomodó la almohada con frustración, pensar en aquello ahora no ayudaba. Si no se dormía pronto, los Reyes Magos no vendrían, se dijo y sonrió suavemente. Dudaba que ese año le fuesen a traer algo, ya había intercambiado los regalos con Ana y Jesús. Y con Luisita... Aunque la había acompañado a por el libro y, en un principio, se suponía que eran muy buenas amigas, en ningún momento hablaron de regalarse nada. Había dudado durante días si comprarle algo o atreverse a darle una cosa, pero no quería ponerla en ese compromiso, más sabiendo lo reacia que era al consumismo injustificado, así que lo había dejado pasar. Y cuando esa mañana le había preguntado qué era lo que ella quería que le trajesen los Reyes, a Amelia no se le ocurrió sacar el tema, sino que se había dejado llevar por las ganas y la había desafiado con aquella pregunta.

Pensó en la intensidad con la que había deseado volver a besarla, a sentir la caricia de su lengua en el interior de la boca, rozándose contra sus labios manchados de saliva caliente, y la presión punzante de sus dientes en cada dulce mordisco. Se le escapó un suspiro pesado al recordar el tacto de su carne tibia entre los dedos, sus caderas suaves y el interior de sus muslos temblorosos.

Se sentía arder de ganas, se removió en la cama, inquieta, pero aquello solo tenía una solución. Sacó el brazo desnudo de debajo de la sábana y lo alargó hacia la mesilla de noche en busca de su móvil. Cuando lo tuvo en la mano, lo desbloqueó y entró en la galería de imágenes. Tenía montones de fotos suyas, ella sola y las dos juntas. Se recreó mirando algunas donde aparecía una versión de Luisita a la que no podía resistirse, esa que se sumergía en su mundo, se olvidaba del exterior, e iba haciendo gestos con tanta inocencia que en su cara se podía ir leyendo los estados de ánimo por los que pasaban sus pensamientos. Era preciosa, pensó Amelia y se mordió el labio inferior, ya abandonada a la realidad de no poder obviar sus ganas de ella aquella noche.

***

A aquellas horas Luisita estaba de rodillas en el suelo de su habitación, terminando de envolver el regalo de Amelia. Todavía no se explicaba cómo podía habérsele pasado preparar algo para ella, cuando la verdad era que no podía sacársela de la cabeza. Puso el último trocito de celofán sobre el papel y le dio la vuelta, estaba perfecto. Ahora solo necesitaba que le gustase, no ya que lo usara, porque quizás eso fuese mucho pedir.

ContigoWhere stories live. Discover now