Capítulo 17

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Esa misma noche, un par de horas más tarde, acodada de espaldas a la barra, Amelia se relajaba con una copa tras su actuación. No solía quedarse si había actuado, terminaba cansada y, a menudo, al día siguiente le tocaba turno en el hotel. Además, a veces la gente se le acercaba para felicitarla y expresarle su opinión, siempre positiva y alentadora, pero eso suponía continuar trabajando. Le encantaba atenderlos, y recibir el cariño de alguien que admiraba su trabajo no tenía precio, sin embargo, eso no la ayudaba a desconectar. En cambio, esa noche se olvidó de cuánto le iba a costar el madrugón del día siguiente, aguantó con una sonrisa hasta el último de los comentarios y felicitaciones por su actuación, y se quedó a esperarla.

Desde el escenario, casi no la había podido ver, de tan lleno que estaba el local. Ahora no quedaba ni la mitad de gente y, transcurridas un par de horas más, cerrarían. Tenía tantas ganas, tantas ganas de todo con ella, que le estaba resultando imposible no mirarla ir de un lado a otro, de una mesa a otra. Mentiría si dijese que su interés se centraba en cómo Luisita sonreía a los clientes o en el brillo de su pelo rubio a pesar de la luz tenue que había en el Kings. No, los ojos de Amelia lo que acariciaban eran sus piernas infinitas, la curva de sus caderas, la plenitud de sus pechos, la fragilidad de su cuello...

—Hola, Meli —la pelirroja interrumpió su momento de recreo visual.

—Sara. —Amelia, sorprendida, giró el taburete hacia ella, que se estaba sentando en el contiguo—. ¿Qué haces aquí?

—Me gustaría decir que he venido por ti, pero ha sido por trabajo.

—Ay, respecto a eso, mira, siento mucho haberme echado para atrás en el último momento, yo...

—No te preocupes —la cortó y le puso la mano izquierda en el antebrazo que descansaba sobre la barra—. Sin explicaciones, ¿recuerdas? Solo placer. Además, ya te disculpaste y... —volvió la cabeza para mirar a Luisita un momento por encima del hombro y después centró su atención de nuevo en Amelia—, me puedo hacer una idea de por qué no fuiste o, más bien, por quién.

—No sé a qué te refieres —respondió sin mirarla, incómoda.

—¡De verdad! —dijo Luisi con hartazgo, mientras pasaba a su lado y se metía detrás de la barra—, a estas horas están ya muy perjudicados y les entra una tontería...

—¿Te han molestado? ¿Quieres que les digamos algo? —se ofreció Sara.

—No, no te preocupes, son gajes del oficio —ahora sonaba resignada—. Oye, Amelia, ¿mañana no tienes turno?

—Sí, pero... quería quedarme para acompañarte, como María y Miguel ya se han ido y, luego, Gustavo sale corriendo en cuanto da la hora.

Luisita se la quedó mirando mientras una sonrisa tierna le curvaba los labios. Quizás no estuviera enamorada de ella ni se sintiese atraída, pensó, pero Amelia la cuidaba con una dedicación tan dulce que le era difícil no sentirse querida con cada detalle.

—Entonces, si no os importa, yo también me quedo y me voy con vosotras —dijo Sara y cortó el intercambio de miradas entre las otras dos—, mis compañeros hace un rato que se han marchado.

—Sí, claro. —Luisi forzó una sonrisa y se disculpó, debía seguir recogiendo mesas.

***

Apenas hora y media más tarde, después de haber acompañado a Luisita hasta su portal, Sara y Amelia continuaron caminando por las calles desiertas de la Plaza de los Frutos sin cruzar palabra. La morena lo prefería, se había sentido incómoda durante todo el tiempo temiendo que en cualquier momento Sara pudiera hacer referencia delante de Luisita a lo que había pasado entre ellas. No era algo de lo que se tuviera que avergonzar, ni siquiera le debía ninguna explicación a la rubia, mucho menos fidelidad, pero una parte de sí misma sentía exactamente eso, que la había traicionado, que había traicionado sus sentimientos por ella.

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