Capítulo 6

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Amelia estaba en el escenario, había recogido todo y ahora estaba metiendo su guitarra en la funda. No había mucha gente, solo un par de despistados que habían terminado allí quién sabía por qué, pero le iba a pedir a Luisita que le guardasen sus cosas en el despacho o donde fuese para no dejarlas por allí, al alcance de cualquiera, ni tener que llevárselas y luego traerlas de nuevo. La rubia la observaba desde detrás de la barra, cuando se acercó Miguel.

—Vaya fichaje bueno que has hecho, jefa —le dijo, guiñándole un ojo.

—¿Verdad que sí? —Luisi sonrió, satisfecha.

—Y, perdóname, pero es que encima está tremenda...

—Es guapa, sí. —Se giró para mirar a Miguel un momento y, al verlo con las cejas enarcadas en un gesto de incredulidad, terminó por ceder—: Vale, es muy atractiva, pero no está aquí por eso.

—Chicos —la voz de Amelia al otro lado de la barra interrumpió la conversación y la rubia se volvió a mirarla algo sobresaltada, no la había oído acercarse—, ¿me podríais guardar esto por ahí, por favor? Voy a casa a cambiarme en un momento y en un ratito estoy aquí.

Había ido con unos pantalones de yoga gris marengo por debajo de la rodilla, una amplia camiseta de tirantes rosa claro, que dejaba ver debajo un sujetador deportivo negro, y unas chanclas de dedo. El pelo, recogido en un moño alto, dejaba al descubierto su cuello y gran parte de la espalda. Un outfit lógico para estar cómoda y combatir el calor de media tarde, había pensado Luisi cuando la vio aparecer un par de horas antes.

—Claro, sin problema —contestó Miguel, al ver que su jefa no reaccionaba e incluso se había ruborizado un poco—. Trae.

El camarero salió de detrás de la barra, cogió lo que le entregaba la morena y se lo llevó al despacho de María.

—Entonces, me marcho... ¿Te parece que en un par de horas esté aquí?

—Perfecto, en dos horas. —Ambas asintieron, pero Luisita tenía que aclarar algo antes de que la cosa fuese a peor y añadió—. Amelia, no sé si has escuchado lo que estábamos diciendo cuando has llegado.

—Bueno, algo —respondió ante la insistente mirada de la otra.

—Pues, discúlpanos, por favor. Estás aquí por tu talento, porque eres una artista, ¿de acuerdo? No quiero que sientas que es por ningún otro motivo.

Amelia la miró en silencio y cabeceó conforme. Unos minutos después, ya de camino a casa, se preguntó, no por primera vez, de dónde había salido aquella mujer. No sabía si sentirse encantada o decepcionada, o quizás ambas cosas y por ese orden.

Apenas unos minutos después de que Amelia se marchase, entró en el Kings un hombre alto, fornido, con un polo color menta, pantalones por encima del tobillo, mocasines marrones y tres kilos de gomina en el pelo. Se acercó a la barra y habló con Miguel, este le hizo un gesto a su jefa para que se acercase.

—Hola —saludó la encargada.

—Buenas tardes —dijo el hombre, bastante serio.

—Mira, Luisi, este caballero me estaba preguntando por Amelia.

—Ah, qué bien —dijo la rubia, toda inocencia—. Aunque todavía queda un ratito para que empiece la actuación.

—Ya, ya lo he visto en sus redes, pero quería hablar con ella antes, ¿me puede facilitar su teléfono?

—No, disculpe —respondió Luisi algo molesta—, eso es un dato personal que no podemos darle, ni por ley ni por cuestiones éticas.

—Ya... comprendo. —El hombre reflexionó unos segundos, se pasó la mano por la boca y negó con la cabeza—. Será mejor que me vaya, gracias por su tiempo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Miguel, mientras lo veían abandonar el local.

—Pues... no sé, pero a mí me ha dado un poco de mal rollo. —Luisita abrió exageradamente los ojos y golpeó varias veces a su compañero en el antebrazo—. A ver si Amelia va a tener un fan loco de esos que la persiguen y la acosan. ¡Un obsesionao!

—¿Tú crees? —Miguel, algo escéptico, hizo un gesto de valoración con los labios—. Hombre... La chica está muy bien pero no sé yo si es para tanto.

—Calla, que antes me he tenido que disculpar porque nos ha oído y no quiero que se lleve la impresión de que aquí lo que vendemos es carne. Así que vamos a dejar esos comentarios, que somos gente profesional, Miguel.

—Sí, jefa. —El camarero se cuadró y se llevó el canto de la mano a la frente, a modo de saludo militar.

***

Eran las nueve y media de la noche y Amelia seguía en el escenario. Ella había llegado con tiempo de sobra pero aun así el pase se había retrasado porque no había dejado de entrar gente. El poder de las redes sociales, le dijo Miguel a Luisita, pero esta supo reconocer y agradecer tanto a Gustavo como a él el que hubiesen corrido la voz entre sus amigos y conocidos. Por supuesto, entre el público también estaban Jesús y Ana, Amelia se los había presentado a la rubia un ratito antes de empezar.

De hecho, el local estaba abarrotado. Al final, Luisi se había empezado a preocupar por el aforo y les había pedido a los chicos que no dejasen entrar a nadie más. Y, mientras, los afortunados que habían logrado entrar parecían fascinados con la actuación de Amelia, la primera ella misma.

Así fue como se los encontraron María e Ignacio cuando llegaron. La actriz se había desentendido del móvil durante todo el día, especialmente durante la tarde, para poder dedicarse a disfrutar de su marido. Pero, en un momento dado mientras Ignacio iba al baño del restaurante donde estaban cenando, ella aprovechó para sacarle unas fotos a la mesa con los platos ya retirados y tan solo dos copas de vino tinto casi consumidas. Eligió una y entró en Instagram para compartirla junto con un sugerente "Y ahora el postre". Pero cuál no fue su sorpresa al ver que en la cuenta del Kings había varias decenas de notificaciones a una publicación que había hecho su hermana.

—No puede ser verdad... —alcanzó a escuchar su marido, mientras se sentaba.

—¿El qué no puede ser verdad, mi amor?

—Ignacio, pide la cuenta que nos vamos ahora mismo para el Kings —le dijo ella, con un más que evidente enfado y con el móvil ya pegado a la oreja—. Esta niña me va a oír, ¡vamos que si me va a oír! ¡Como me llamo María Gómez Sanabria, que me oye!

Al llegar, se habían dado de frente con la puerta cerrada y María había tenido que usar sus llaves para poder entrar. Su cabreo no había hecho más que crecer durante todo el camino y aquel detalle ya fue la guinda del pastel.

Cuando consiguieron entrar, Ignacio se había parado al ver a tanta gente y, en especial, al verlos a todos embobados mirando hacia el escenario, a una chica que tocaba en la guitarra los últimos acordes de una canción que no supo identificar. Sin embargo, María había seguido de largo, estaba buscando a su hermana, que había organizado una actuación exprés para saltarse el veto que ella había establecido expresamente y, además, había ignorado cada una de las veinte llamadas que le había hecho en los quince minutos que tardaron en llegar desde el restaurante.

Luisita la vio cuando ya había cruzado medio local y, según la cara que traía, valoró la opción de agacharse y esconderse detrás de la barra, pero María ya la había visto. Lo único que podía hacer era aguantar con estoicismo y rezar a todos los credos que no tenía para que su hermana conservase su habitual buen hacer y esperase para explotar cuando estuvieran solas y no en medio de toda aquella gente.

Pero, de pronto, la vio detenerse y girar la cabeza hacia el escenario. Amelia había empezado una nueva canción y se podía escuchar su voz dulce y sensual diciéndole a su amor que no la dejase marchar. Detrás de esa, llegó otra y, después, otra más. Hacía rato que el pase breve se había convertido en un concierto ante la respuesta del público que no parecía cansarse.

María se volvió hacia Luisi, sus ojos se encontraron y la mayor ladeó la cabeza en gesto de aprobación. Cuando tenía que admitir sus errores, sabía hacerlo, sobre todo si eso suponía reconocer los aciertos de los demás. Aunque Luisita supo que, aun así, de la bronca por contrariar deliberadamente sus órdenes no se iba a librar. Quizás sí había sido un poco locura.

—Ha merecido la pena —susurró para sí la rubia con una sonrisa de medio lado.

ContigoWhere stories live. Discover now