Capítulo 1

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El taconeo de unos pasos apresurados atravesó la Plaza de los Frutos e hizo que una de las mujeres que conformaba el pequeño corrillo allí congregado girase levemente la cabeza, con cierta curiosidad, para comprobar qué sucedía. Vio a una chica de melena negra y rizada cruzar apresurada, arriesgando su integridad física al correr sobre el suelo adoquinado y todavía húmedo tras el riego de los parterres que adornaban aquella zona de la plaza. Sonrió suavemente al pensar en lo difícil que le resultaba a ella tratar de conservar el equilibrio cuando caminaba por aquel suelo irregular, como para ponerse a echar carreras y menos con unas sandalias setenteras, de tacón y plataforma vertiginosos, como las que llevaba aquella chica, que sí, le hacían unas piernas kilométricas, a la vista estaba, y más con aquel vestidito amarillo que parecía aferrarse a los últimos vestigios de verano con las mismas ganas que lo hacía a las curvas de su cuerpo. Pero, vamos, ¡ni loca! Ella, que siempre iba con prisas, ya tenía estudiado el terreno, los más de veinte años que llevaba allí tenían que contar para algo, y sabía que cuando iba con zapatos "estupendos" lo más seguro para sus tobillos era no abandonar las aceras, aunque estas fuesen un pelín estrechas y además eso supusiera dar un pequeño rodeo.

—¡Virgen Santísima, Luisi! ¿Estamos a lo que estamos o qué? —La voz exasperada de su hermana atrajo de nuevo su atención y también la de la morena, que desvió la mirada durante unos segundos hacia ellas.

—Que sí, María, que sí... —respondió entre molesta y hastiada de escuchar las mil y una recomendaciones que esta le hacía como si ella no tuviera ni idea de desempeñar un puesto para el que llevaba meses sintiéndose preparada.

—Haz caso a "turmana" María, Luisita —le dijo la tercera mujer del grupo, una señora quizás demasiado arreglada para ir tirando del carrito de la compra que descansaba a su lado, mientras le daba golpecitos en el brazo—, ella sabe de estas cosas, siendo empresaria de éxito como fui yo en su día. Pero la crisis y la mala baba de algunos... —la resignación y la tristeza se apoderaron durante un instante de su ánimo— Qué os voy a contar, hijas, que no sepáis ya...

—A ver, Benigna, que yo hago mucho caso a mi hermana, que ella es mi ejemplo a seguir. —Luisa miró a una y a otra—. Pero eso no significa que, ahora que por fin he conseguido que confiase en mí para ser la encargada del Kings, tenga que estar todo el día sermoneándome, ¡como si fuese una novata inexperta!

—Pues... —María le mostró la pantalla del móvil bloqueado, con un fondo en el que aparecía su marido Ignacio en una de las paradisíacas playas hondureñas donde estuvo perdido durante varias semanas, para que viese la hora—. De momento, llegas tarde en tu primer día.

—¡Ay, de verdad! —Luisita puso los ojos en blanco y resopló—. Me voy porque Gustavo es un incompetente y no sabe hacer nada solo, ¡adiós! —Y, con las mismas, se apartó la melena rubia del hombro, se dio media vuelta y echó a caminar en dirección al local de copas propiedad de su hermana.


Mientras tanto, Amelia cruzó la entrada principal del hotel La Estrella y frenó en seco cuando vio a Domingo, el recepcionista con ínfulas de gerente general, atravesar el vestíbulo y dirigirse a los ascensores. Se parapetó tras una de las puertas entreabiertas y respiró hondo, si la veía entrar por ahí y no por el acceso de personal que daba a la otra calle, la bronca estaba asegurada. Aprovechó para estirarse el vestido amarillo, tomar aire y, a la de tres, en cuanto escuchó el segundo toque de campanillas que indicaba que la puerta del ascensor se había cerrado, reanudó la carrera. Esta vez, tocaba escalada, cuatro pisos hasta las zonas comunes destinadas a los empleados. Con un poco de suerte, Domingo se entretendría criticando el trabajo de alguno de sus compañeros y eso le daría margen suficiente a ella como para ponerse el uniforme y guardar la guitarra en un sitio seguro.

ContigoWhere stories live. Discover now