Capítulo 5

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Los anteriores propietarios lo habían usado como almacén, pero, cuando se acometió la obra para reformar el local, María había decidido que era mejor darle a aquella estancia otro uso y la había convertido en un despacho amplio. Lo había insonorizado para poder trabajar a gusto e, incluso, estudiar allí los guiones sin el agobio que podía llegar a ser Ignacio, con toda su buena intención y amor, eso sí.

—¡María, qué bien que estás aquí! —Luisita entraba casi en estampida—. Tenemos que hablar de una cosa.

—Buenos días, Luisi —respondió su hermana apenas levantando un momento la vista de los papeles que tenía sobre el escritorio.

—Anoche encontré la solución a nuestros problemas.

—Ah, qué bien...

La rubia se sentó al otro lado de la mesa y continuó con su exposición, sin dedicarle siquiera un segundo de atención al tono irónico de María.

—Resulta que... Bueno, es una historia muy larga, pero ¿a que no sabes quién estuvo aquí anoche?

—No, Luisi, no lo sé —La mañana tranquila para aprenderse sus escenas se había esfumado definitivamente—. Ilumíname.

—Amelia —soltó como si aquella palabra no necesitase más explicación.

María miró a su hermana durante varios segundos, movió la cabeza para indicarle que continuase, porque esta vez no se estaba enterando de nada. Sabía que Luisita era así, su voluntad iba más rápido que la cabeza del resto de la gente y, más a menudo de lo deseado, se saltaba algunos pasos y la mayoría terminaba perdiéndose o, lo que era peor, malinterpretándola.

—¿Amelia, Amelia...? —María trató de hacer memoria—. Pues, lo siento, pero no me suena de nada.

—Que sí, hombre. ¿No te acuerdas del cumpleaños de mamá, que vino encantada porque en el hotel los compañeros le habían preparado una fiestecilla? Y, claro, papá el primero, que le hizo una tarta...

—De la tarta me acuerdo, sí, que cuando llegué os la habíais comido toda.

—Fue Manolín, que es un pozo sin fondo.

—Ya... —dijo María, sin terminar de creerse aquella excusa, no se fiaba de ninguno de sus hermanos en cuanto había dulces de por medio.

—Bueno, el caso es que mamá insistió mucho en lo que más la había emocionado había sido la manera de cantar de una de las chicas, que había estado tocando durante la fiesta.

—Y esa chica resulta que es Amelia y estuvo aquí anoche, ¿no?

—¡Exacto! —Luisita aplaudió, entusiasmada.

—Vale, me alegro mucho. Ahora, si me dejas seguir estudiando...

—Pero, María, ¿no lo ves? Amelia va a ser el reclamo perfecto para animar esto un poco.

—Eh, eh, eh... Alto ahí, ¿has dicho "va a ser"? —La rubia se encogió de hombros—. Virgen Santísima, Luisi, no me digas que has contratado una actuación con alguien porque a mamá le gustó cómo cantaba el cumpleaños feliz.

—Bueno, pues, no te lo digo —se cruzó se brazos enfurruñada—, pero ahora ya lo sabes.

—¡¿Pero cómo se te ocurre semejante disparate?! ¿Tú la has escuchado, al menos?

—No, ¡pero no es ningún disparate! Una actuación en directo marcaría la diferencia con el resto de locales y, además, podría incentivar a salir a los que se quedan enganchados a la tele con tanta serie y tanta historia.

—Ya, idílico todo, salvo por dos pequeños detalles —María fue contando con los dedos para puntualizar cada uno de ellos—. Primero, no sabemos nada de esta chica, ni qué canta ni qué estilo tiene ni nada. Segundo, ahora mismo no tenemos liquidez para poder pagarle.

ContigoWhere stories live. Discover now