Capítulo 24

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Los Gómez eran más de Reyes. No eran de esas familias que repartían los regalos entre Navidad y el día 6, ni de los impacientes que ponían como excusa que así los niños disfrutaban más tiempo de los juguetes antes de que se les terminasen las vacaciones. Aunque mantener esa costumbre durante su infancia había generado algunas situaciones un tanto dramáticas. Luisita se recordaba a sí misma con cuatro o cinco años preguntándole a su madre si es que ellos habían sido tan malos que Papá Noel no les había querido dejar ningún regalo. Ahora, con el tiempo, se daba cuenta de que en esas conversaciones no era ella la única que terminaba con el corazón un poquito roto.

—A Marce le va a encantar —le dijo Amelia de camino al Metro.

—Eso espero, porque llevo buscándolo meses y la señora esta... pensaba que me iba a seguir dando largas.

Se referían a un viejo libro de recetas de postres francés que su padre solía mencionar desde que Luisi tenía uso de razón. Durante un tiempo, hacía ya varios años, él mismo había tratado de conseguirlo pero había sido descatalogado antes incluso de que la propia Luisi naciera, y ninguna librería, ni siquiera las de viejo, parecían tener constancia siquiera de su existencia. Así que, sin más lugares donde buscar y muy a su pesar, Marcelino se había dado por vencido, pero ella no.

Luisita había pasado horas investigando en internet, aquello ya no había sido navegar sino una inmersión en toda regla, hasta que había dado con un chico al que le sonaba haber visto ese libro entre las cosas viejas que su tía conservaba de sus abuelos. Estos señores, supo Luisi más adelante, habían estado exiliados en Francia durante la dictadura y, con la muerte de Franco, habían vuelto a España solo de visita para pasar las vacaciones con los familiares que no pudieron salir pero lograron sobrevivir a la guerra y al régimen. La señora, la bisabuela del chaval, era de un pueblo de Soria, y el señor, de Barcelona capital. Se habían conocido en una de las muchas asociaciones de exiliados republicanos que habían perdurado incluso tras la llegada de la democracia a España, y se habían enamorado. Él había sido cocinero, aunque allí había ido dando tumbos, desde mozo de carga y descarga a deshollinador de las chimeneas parisinas. Ella había ido ahorrando una parte de lo poco que sacaba cosiendo para poder regalarle un libro de cocina a su marido, el más económico que había encontrado, y así recordarle que seguían siendo ellos aunque la vida y demasiados desgraciados se lo hubieran puesto tan difícil.

—Bueno, también es lógico que la mujer no quisiera deshacerse de ese recuerdo, porque menuda historia... —Amelia había seguido fascinada las explicaciones que la rubia le había dado durante el viaje de ida sobre el libro y aquella familia.

—Sí, si yo lo comprendo, y el recuerdo en sí no lo va a perder —le aseguró ya en el vestíbulo de la estación y añadió un poco malhumorada—: Solo me ha vendido un objeto, no la vida que llevaron sus abuelos.

—Eh, no te enfades —la empujó suavemente con el hombro—, es que me ha impresionado la historia.

—Ya. —Luisi forzó una sonrisa, mientras dejaban los tornos atrás—. No me sorprende, viniendo de una familia de militares.

—¿Cómo dices? —la incredulidad ante lo que insinuaba tiñó su voz.

—Venga ya, Amelia, tu padre teniente general, tu abuelo algo por el estilo, no hace falta echarle mucha imaginación para saber que eran adeptos al régimen, régimen que hizo huir a miles de personas como los abuelos de esta mujer, que asesinó a otros tantos y que durante cuarenta años sometió al pueblo español a través del terror y el revanchismo. Pero, claro, en tu casa estas cosas se vivirían del lado privilegiado, qué te van a haber contado a ti... Pues, bienvenida a la realidad humana del pasado reciente de este país.

Luisa Gómez Sanabria, la activista, había aparecido y había cargado contra quien menos responsabilidad tenía en todo aquello. Era consciente de que nadie elegía la familia donde nacía, pero la indignaba tanto que todavía, a día de hoy, siguiera habiendo dos verdades sobre lo que sucedió que a veces perdía de vista el objetivo y cargaba de forma indiscriminada. Eso y que se sentía molesta consigo misma, precisamente por haber hecho que una persona se deshiciera de algo que trascendía la importancia sentimental, un objeto que se había convertido en testigo de una parte de la historia que mucha gente aún trataba de silenciar, y para muestra todos esos votantes de un partido heredero de la ideología que había marcado aquella dictadura.

ContigoWhere stories live. Discover now