Capítulo 28

2.9K 157 50
                                    

Tacones de aguja, se iba a estrellar por aquel suelo adoquinado, pero la ocasión lo merecía. No todos los días tenía una que romperle el corazón a alguien. Obviamente, para ella no era su primera vez, pero quizás para la pobre Amelia aquel iba a ser su primer desencanto amoroso serio. Benigna se miró en el reflejo del cristal del escaparate de una tienda y se retocó el pintalabios, quizás se había salido un poquito por las comisuras pero mejor pecar por exceso que no por defecto. Repasó su imagen reflejada y sonrió de medio lado, iba vestida para matar, como 007, pensó, y si hubiera tenido el pelo lo suficientemente largo, hubiera dado un golpe de melena antes de reanudar el paso.

Un par de calles después, llegó hasta la de Amelia y, de camino al portal, pensó una vez más en todas las razones de peso que existían para tomar esa decisión y por qué debía actuar cuanto antes. En un día, tampoco le había dado mucho margen a darle demasiadas vueltas, pero en estos tiempos la vida corría bastante más rápido de lo que lo hacía cuarenta y cinco años antes. Aunque los asuntos del corazón seguían siendo igual de delicados ahora que entonces y cualquiera que cayese rendido o rendida a sus pies, porque con sus muchos atributos y virtudes era algo inevitable, merecía un trato especial que ella, por muy duro que fuese, estaba dispuesta a afrontar. Alargar el sufrimiento ajeno le resultaba cruel y, por más halagada que se sintiera, sabía que jamás iba a poder corresponder a la pasión que desataba en Amelia, que, después de escuchar aquel audio, le había quedado bastante claro que no era poca.

Llamó al portero automático y, mientras esperaba, se echó el aliento en la mano para comprobar que los gintonics que se había tomado no le hubieran dejado el típico olor a alcohol de quemar.

—¿Sí? —se oyó la voz de Amelia salir a través del pequeño intercomunicador.

—Soy Nigna —dijo con su seductor tono natural.

—¡¿Quién?!

—Nigna, ábreme.

—Oiga, no quiero comprar nada.

—Amelia, por dios, que soy Benigna, abre de una vez.

—Ay, perdone, no la había reconocido, suba.

Silencio y luego un ruido eléctrico seco, esa fue la señal para empujar la puerta y pasar. Aquello iba a ser más duro de lo que había imaginado, además, Amelia parecía haberse levantado un poquito espesa. Sin embargo, puestas a elegir, siempre había que escoger el mal menor, así que se armó de valor y subió a romperle el corazón.

***

Catalina la estaba usando de almohada, a la pequeña de los Gómez le encantaba recostar la cabeza sobre el regazo se su hermana y que Luisi le acariciase el pelo, mientras veía los dibujos animados. Podrían estarse así horas, si no fuera porque a Ciriaco había dejado de entretenerle Peppa Pig y ahora se moría por ser como Gatuno e insistía en cambiarlo para ver capítulos de los PJMask. Luisita puso los ojos en blanco ante el enésimo intento de su hermano por hacerse con el mando, cuánto los quería, pero qué tranquila se iba a quedar cuando empezasen las clases al día siguiente.

Alargó la mano para coger el móvil y comprobar una vez más que tenía notificaciones pero no las que ella quería. Le había escrito a Amelia esa mañana temprano para preguntarle si se encontraba mejor, después de haber esperado durante todo el día anterior a que le dijese qué le había parecido su regalo. No quería que le diera las gracias, pero la verdad es que sentía la necesidad de saber si le había gustado o si le había parecido una estupidez demasiado sentimental, como ella misma había empezado a sospechar. Sin embargo, los mensajes no llegaban, salían de su teléfono pero no aparecía el doble símbolo de visto. Quizás siguiese sin encontrar el móvil.

ContigoWhere stories live. Discover now