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-Son quinientos tres kilómetros. Podemos hacer paradas en Villa Soltera, en Posta Luciérnaga, en...

-Pero por ese camino... ¡son como ciento veinte kilómetros más, Felipe! -protestó Huber.

-Sí, pero estoy eligiendo las rutas menos transitadas. Lo que perdemos en kilometraje lo ganamos en tranquilidad. En esta época, medio mundo viaja hacia las playas. ¡Odio los embotellamientos!

Huber se puso a anotar la lista de provisiones imprescindibles para aquel paseo de inauguración "oficial" de "El Rayo", como habían bautizado a la moto pegándole esas palabras con letras autoadhesivas y fosforescentes.

Al fin, todos los preparativos estuvieron listos y los dos amigos partieron -una noche de viernes- rumbo a Arenamares.

Estaban contentísimos.

Los primeros doscientos kilómetros los recorrieron sin ningún tipo de inconvenientes. "El Rayo" marchaba a la perfección. Eso los animó a imprimirle mayor velocidad de la aconsejable para un rodado "en ablande".

El aire fresco de la noche se partía en serpentinas invisibles a su paso.

Estaban a punto de atravesar el puente sobre el arroyo Lobuna cuando a Huber y Felipe les pareció que la moto echaba a volar, que se despegaba del asfalto, que se convertía en un verdadero rayo sobre la oscuridad y el silencio de aquel paisaje campesino.

Poco después -y bruscamente- la moto se detuvo en mitad del puente y no encontraron forma de hacerla andar otra vez.



¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora