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tampoco, Lili... pero... claro... alguien tiene que hacerse cargo de... Quedate tranquila, nena... Después te vamos a ver... Sí... Besos, querida.

Luis y Leandro visitaron el 11 "j" la noche del domingo. Lilibeth los aguardaba ansiosa.

Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor por la muerte de la malvada abuela, una emoción rara -mezcla de pena e inquietud a la par- unía a los hermanos con la misma potencia que el amor que se profesaban.

-Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos vamos a ocupar de vender los muebles y las demás cosas, ¿e? Ah, pensamos que no te vendrían mal algunos artefactos. Esta semana te los vamos a traer. La abuela se había comprado tv-color, licuadora, heladera, lustradora y lavarropas ultra modernos, ¿qué te parece? - Lilibeth los escuchaba como atontada. Y como atontada recibió - el sábado siguiente- los cinco aparatos domésticos que habían pertenecido a la viuda de R., que en paz descanse. Su herencia visible y tangible. ( La otra Lili acababa de recibirla también, aunque... ¿Cómo podía darse cuenta?... ¿Quién hubiera sido capaz de darse cuenta?).

Más de dos meses transcurrieron en los almanaques que la jovencita se decidió a usar esos artefactos que se promocionaban en múltiples propagandas, tan novedosos y sofisticados eran. Un día, superó la desagradable impresión que le causaban al recordarle a la desamorada abuela y -finalmente- empezó con la licuadora. Aquella mañana de domingo, tanto Lilibeth como su gato se hartaron de bananas con leche.

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora