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Poco tiempo después, Joichi estaba físicamente recuperado.

Sus lastimaduras cicatrizaron.

Con la ayuda del sacerdote logró superar sus pesares y -poco a poco- volvió a tocar el biwa y a cantar con toda confianza, sin temor a convocar a los muertos.

Pero lo que no imaginaba era que la tenebrosa aventura que lo había tenido como protagonista iba a difundirse por todo el Japón.

La otra cara de la desgracia, la otra cara "de la moneda" -como solemos decir-. Pronto fue el artista más famoso y apreciado. Muchos nobles viajaban -especialmente- a Akamagaseki para disfrutar de su talento y así fue como -en poco tiempo- se convirtió en un hombre rico.

Sin embargo, jamás abandonó su vivienda en el templo Amidayi y contribuyó -con sus fabulosas ganancias- a auspiciar cientos de servicios religiosos en memoria de los Taira y por la paz eterna de sus almas.

Y cuentan que las buenas intenciones del muchacho dieron su fruto porque nunca jamás -a partir de aquel episodio de las orejas- volvieron a perturbar a los vivos.

Al fin descansaban en paz. Joichi los amaba y mantenía vigente su recuerdo con sus maravillosas interpretaciones.

Y así llegamos al fin de la fantástica historia de Joichi, quien -desde la época de su accidente- comenzó a ser conocido como "Joichi, el desorejado".

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora