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hombre creyeron percibir esas pisadas "especiales", las mismas que solía detectar cada vez que debía tomar un tren.

Esa sensación se le antojó ridícula. El andén estaba atestado. No era posible -ya- dar un paso.

Pero sí saltar hacia las vías.

Y el hombre lo hizo.

 A menos, eso es lo que testificaron todos los que tuvieron la lamentable ocasión de verlo con sus propios ojos.

-El tipo se arrojó cuando se acercaba el tren. Lo hizo pedazos, imagínese. Fue un espectáculo espantoso. Más, porque parecía un hombre normal, vea. Estaba allí, al lado nuestro, lo más tranquilo, y de repente...

Ninguno de los testigos -obviamente- pudo enterarse de lo que -en verdad- sucedió. Porque el episodio que -realmente- tuvo lugar en aquella estación sólo lo que -realmente- tuvo lugar en aquella estación sólo conocieron hombres...  y los angelitos.

Tal cual se narra más arriba, el hombre había sentido que lo seguían hasta el borde del andén. Apenas -entonces- si había tenido tiempo como para darse vuelta cuando cuatro manitas infantiles lo empujaron a las vías, al impulso de un vigor sobrenatural.

Durante la fracción de instante que le quedo'de vida -antes de caer debajo de la locomotora- vio -fugazmente- dos criaturas vestidas a la moda de veinte años atrás.

Ellas lo habían empujado. Y eran dos varoncitos de corta edad y los dos lo contemplaron con miradas como

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora