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Dos veces había pasado a lo largo de ella y sin reconocerla.

Claro, cincuenta años no habían transcurrido en vano: era la misma casa, pero lógicamente envejecida por la acción del tiempo y bastante transformada a fuerza de refacciones. El jardín delantero no existía ya, por ejemplo.

Un desierto patio ocupaba el espacio que antes había pertenecido a césped u plantas.

Sobre la verja de la entrada, un cartel anunciaba:

"Jardín de infantes Tulipán".

Como tantas otras antiguas casonas, a ésa también la habían convertido en una escuela.

Muy excitado, Hilario pulsó el timbre sobre el que se leía: "Portería".

Ya estaba por irse -después de tocar varias y prolongadas veces- cuando una viejita salió desde una de las puertas laterales de la residencia.

-Sí... Ya va... Ya va... -decía, mientras se le aproximaba a Hilario alisándose el pelo y acomodándose una chaqueta que terminaba de ponerse.

-¿Qué desea, señor?

-Esteee.... Buenos días.... disculpe la molestia..... pero.....

-¿Qué pasa? A usted no lo tengo visto por aquí. ¿En qué puedo serle útil?

Entonces,Hilario le contó una historia que se le iba ocurriendo a medida que la desarrollaba. 

No podía decirle la verdad. El caso es que se las ingenió tan bien que la viejita le dio -exactamente- la información que el muchacho ansiaba.


¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora