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Yo había viajado hasta allí para disfrutar de una beca de estudios en la universidad local. Un año de estadía en ese paraje, con todos los gastos pagos.

No había elegido el lugar; me había tocado en un sorteo que se había realizado entre cientos de estudiantes argentinos destinados -todos- a distintos países, a diferentes ciudades según la materia que deseábamos perfeccionar. La mía era "Literatura fantástica".

-El doctor Bronson y la doctora Caldwell.... Eran mis padres, ¡mis padres! ¿Puede sentir lo que eso significaría para mí? -seguía contándome mi compañero de viaje.

Me estremecí. Recién entonces comprendí todo:

-Entonces... usted es...

No tuve valor para completar la frase.

-Sí-me respondió, mientras aprestaba su equipaje-. Yo soy aquel Timothy Orwell...

Me dieron el alta porque -después de cuarenta años- ya muertos mis tíos, mis padres y mi hermana y con los que -durante todo este tiempo- me hicieron mantener la relación de paciente incurable, acepté la versión oficial de los hechos y no volví a insistir en que yo soy quien soy....

-¿Pero qué es lo que -en verdad- sucedió en este pueblo... y allí, en ese siniestro hospicio? ¿Cómo es posible que toda una comunidad se transforme así, de la noche a la mañana? ¿Cómo es posible tanta complicidad? ¿Y qué piensa hacer ahora? ¿Para qué regresa a este infierno? -le pregunté, alterada y desordenadamente, a medida que descendíamos en la estación de Maladony y el gentío nos empujaba hacia la salida.


¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora