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Aparecía y desaparecía en una serie de flashes que se apagaron -de pronto- tal como el televisor, sin que Lilibeth hubiera -siquiera- rozado el control remoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el "11" como un huésped favorito.

La pobre chica no se animaba a contarle a nadie lo que le estaba ocurriendo.

-¿Me estaré volviendo loca?- se preguntaba, aterrorizada. Le costaba convencerse de que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaban formando parte de su realidad cotidiana.

Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un cuaderno esos hechos que solamente ella conocía, tal como se habían desarrollado desde un principio.

Y anotó, entonces, entre muchas otras cosas que... "La lustradora no me obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la dirección que deseo... (...) El aparato pone en acción "sus propios planes", moviéndose hacia donde se le antoja... (...) Antes de ayer, la licuadora se puso en marcha "por su cuenta", mientras que yo colocaba en el vaso unos trozos de zanahoria. Resultado: dos dedos heridos. (...) La heladera me depara horrendas sorpresas. (...) Encuentro largos pelos canosos enrollados en los alimentos, aunque lo peor fue abrir el freezer y hallar una dentadura postiza. La  arrojé por el incinerador... (...) La desdentada imagen de la abuela continúa apareciendo durante las funciones de trasnoche... (...) Mi gato Zambri parece percibir todo (...), se desplaza por el departamento

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora