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la cama, para mimarlas un poco, después de la noche de nervios que habían pasado.

-No tan valientes, señora... Al menos, yo no...

-susurró Oriana, algo avergonzada por su comportamiento de la víspera-. Fue su nieta la que consiguió que nos calmáramos...

Tras esta confesión de la nena, padres y abuela quisieron saber qué habían hecho para no asustarse demasiado.

Entonces, las tres amiguitas les contaron.

-Nos tapamos bien, cada una en su cama como ahora...

-Estiramos los brazos así, como ahora...

-Nos dimos las manos con su fuerza, así, como ahora...

¡Que impresión les causó lo que comprobaron en ese instante. María Santísima! Y de la misma no se libraron ni los padres ni la abuela.

Resulta que por más que se esforzaron -estirando los brazos a más no poder- sus manos infantiles no llegaban a rozarse siquiera.

¡Y había que correr las camas laterales unos diez centímetros hacia la del medio para que las chicas pudieran tocarse -apenas- las puntas de los dedos!

Sin embargo, las tres habían -realmente- sentido que sus manos les eran estrechadas por otras, no bien llevaron a la acción la propuesta de Martina.

-¿¿¿Las manos de quién???- exclamaron entonces, mientras los adultos trataban de disimular sus propios sentimientos de horror.

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora