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madre, como brotado de los matorrales. La expresión de su cara daba miedo.

-¡Cuidado, mamá! -le gritó Boris, al ver que el hombre se le abalanzaba.

Cora no tuvo posibilidad de defenderse, ocupada como estaba en la atención de las necesidades del chiquito.

Sintió que un puñetazo la derribaba, a la par que unas manos le arrebataban el bolso.

A pesar del sorpresivo ataque y del mareo producido por el golpe, la mujer unió fuerzas y valor y se echó a correr detrás del ladrón, que rumbeaba hacia el paso a nivel como diablo que sopla el viento.

Inútil pedir auxilio en esos momentos y en ese sitio: ¿a quién? Ni un alma que no fuera la de Cora, la de Boris, la de Iván o la de ese desdichado que -sin proponérselo- con su robo acababa de convocar a la tragedia para que dijera: "Presente" sobre la mañana del sábado, en unos instantes más.

En su angustioso afán por recuperar su bolso -donde tenía el único dinero restante para pagar la comunicación telefónica, pasar el fin de semana y aguantar hasta el lunes en que volvía a trabajar por horas-, a Cora no se le ocurrió otra cosa que correr tras el delincuente.

Reacción lógica: ¿cómo iba a suponer que la desgracia acecharía a sus hijitos si ella disparaba para tratar de agarrar al ladrón?

El hombre cruzó el paso a nivel a la carrera.

Cora, casi pisándole los talones. Pronto, ambos estuvieron del otro lado de las vías.

La persecución continuaba.

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora