—¿Y bien?

—Tu numerito de ayer dejó muy claro que no estás preparada para enfrentarte a la lucha física—y otra vez recriminándome algo que se activó en mi porque pensé que Cassandra le había hecho daño.

—No volverá a ocurrir.

—Si, lo hará, porque no tienes la cabeza fría—no entendía a lo que se quería referir con eso—. Además, ya es hora de que vayamos a ver a alguien que te ayude de verdad. Rezo porque el curandero de mi padre no le hay contado nada, podría usarlo en nuestra contra—espetó.

—No se me había ocurrido.

—Claro, es que hay que pensar muy bien las cosas antes de hacerlas.

Ya no estábamos hablando del curandero, sino de Jude. Tensó la mandíbula, pero yo no cedí, al fin y al cabo seguramente que él había estado con la morena toda la noche y yo no se lo estaba recriminando.

Cogió la camiseta del suelo y se la metió de un movimiento. Se frotó los ojos, como gesto de cansancio. Podía notar que ni si quiera quería que yo estuviera allí. 

—Vamos.

Me quedé a su lado en todo momento, sin decir ni una palabra. Sus zancadas eran tan grandes que prácticamente tenía que ir corriendo para seguirle sin quedarme rezagada. Bajamos unas escaleras, de las que no me había percatado hasta el momento y que llevaban al sótano. La humedad del ambiente hizo que la temperatura en esa zona del castillo hubiera bajado unos cuantos grados. Pocos segundos después comencé a tiritar. Después de un camino más o menos largo, rodeados de paredes mohosas, llegamos a una puerta de madera oscura y deteriorada por el paso de los años. Erick la aporreó varias veces.

La mujer de avanzada edad, Reny, que ya había visto varias veces en las reuniones del refugio fue la que nos abrió la puerta. Al contrario que los demás, ella nunca había parecido sentirse incómoda ni temerosa en mi presencia.

—Hola, Erick—habló, se notaba más cansada y mermada que la última vez que la vimos. Sus pómulos estaban más marcados y las ojeras de sus ojos habían tomado un color más negruzco— ¿Habéis venido a lo que hablamos?

Él asintió.

Reny se hizo a un lado para dejarnos pasar. Era un cuarto más pequeño que los que teníamos arriba y aunque se conservaba extrañamente seco, al contrario que el resto del sótano, no tenía apenas iluminación, además de tener libros y papeles por todas partes.

—Enséñaselo—me ordenó Erick.

No me apetecía quitarme la camiseta delante de nadie, pero no podía rechazar su ayuda, así que lo hice. Me cubrí el pecho según dejé la camiseta a un lado. A Reny claramente le daba igual, pero Erick se había dado la vuelta y se encontraba mirando hacia la pared.

—Yo diría que es una infección—su tono no sonaba nada convencido—. Ya puedes vestirte.

A penas había mirado mis marcas, actuaba como si hubiera visto aquello mil veces, sin embargo, se suponía que no sabía de lo que se trataba. Me incliné rápido a por mi parte de arriba. La mujer se apoyó en la mesa y le dio un trago a una petaca que llevaba colgada en la cadera.

—Entonces no será difícil de erradicar. Dale uno de tus brebajes y todos tan contentos—mencionó Erick.

—Podría hacerlo si fuera una infección física—aclaró. Los ojos se la cerraban, parecía exhausta—. Por si no es evidente, no, no es algo físico.

—¿Qué es entonces? —pregunté.

—Tus poderes. Han conseguido volverse en tu contra, porque tú has ido en contra se su propia naturaleza—me observó fijamente. Contuve el aliento, no quería derrumbarme—. No puedo pararlo, pero si ralentizarlo hasta que demos con una forma de acabar con ello.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora