Capitulo cuarenta y tres

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Y cayó al suelo de culo.

La cintura de la falda le bailaba en las rodillas mientras ella tiraba de sus piernas para sacar los pies del fango. Con fuertes tirones se sacó los zapatos con los con ayuda de sus pies, lanzándolos a distintas direcciones y se puso en pie arrugando el ceño por el contacto repulsivo del fango que parecía estar ahora más caliente que antes. Nada más ponerse en pié, la falda cayó a sus tobillos y ella solo tuvo que dar dos pasos para quitársela definitivamente.

Ya estaba cerca.

Sin el peso de la falda, Nalasa caminaba algo más ligera aunque por culpa de la caída estaba toda llena de aquel extraño fango caliente. Se le pegaba a la piel de una forma muy desagradable y viscosa y pronto entendió porque. Entre el fango había gusanos de todo tipo: gordos, flacos, pequeños, grandes y algunos tenían dientes. ¡Eran sanguijuelas! Una estaba chupándole sangre en el codo. Sin poder evitar poner cara de asco, la joven se arrancó la sanguijuela que se llevó un pedazo de carne entre los dientes y la sangre corrió por su antebrazo. Nalasa la tiró lejos de ella e incrementó velocidad a su marcha. Los gusanos danzaban sobre sus pies y algunos le rozaban la separación de los dedos de los pies. Ella lo aguantó todo como pudo y decidió concentrarse en la figura desconsolada de Araziel que solo estaba a tres metros. Pero, de repente, fue incapaz de continuar.

Los pies se quedaron inmóviles y por mucho que intentó levantarlos del barro espeso, fue inútil. Algún tipo de fuerza sobrenatural le estaba impidiendo el paso. No - gritó para sus adentros -. No puedo rendirme. 

Lograría dar otro paso. Lograría pasar aquel punto y reunirse con su amado.

- ¡Araziel! - gritó a pleno pulmón haciendo fuerza para levantar el pie. Pero fue inútil. No pudo levantar el pie del suelo y Araziel ni se inmutó por su grito.

El demonio seguía en aquella posición de derrota sin alzar la vista de sus pies. 

- ¿Pero qué…? - susurró incrédula.

¿No la había oído? Pero si estaban solo a unos tres metros o menos. ¿Cómo era eso posible.

- ¡Araziel! - volvió a llamarle. Pero él ni se inmutó. Era como si estuviese completamente solo en un mundo desolador.

Con la respiración agitada, Nalasa volvió a intentar levantar un pie pero volvió a fallar en el intento. Comenzó a desesperarse y forcejeó más intensamente contra aquel maldito barro viscoso. 

Los gusanos corretearon por sus pies y comenzaron a morderle los dedos. En un principios fueron pequeños mordiscos de burla, pero luego se transformaron en verdaderos mordiscos que la hacían gruñir de dolor. Pero no iba a rendirse por unos simples mordiscos de unos gusanos inmundos.

Nalasa volvió a llamar a gritos a Araziel sin que éste se dignase a reaccionar. Y a cada grito, parecía que se hundía un poco más en el barro y que más gusanos le mordían.

Cuando sintió la garganta en carne viva y se percató de que el fango le llegaba casi a la altura de las rodillas, Nalasa hizo un alto en sus gritos para coger resuello y pensar. ¿Qué podía hacer? De nada servía que llamase una y otra vez al demonio. Araziel parecía estar sumido en una profunda oscuridad de la cual parecía no querer salir. ¿Qué puedo hacer para llamar su atención y hacerle saber que estoy aquí? - se preguntó a la vez que sentía como cuatro grandes sanguijuelas trepaban por sus piernas. 

Con un grito de terror, la muchacha tiró de los asquerosos bichos y se los arrancó de las piernas. Pero por cada sanguijuela que se quitaba de encima aparecían dos más para remplazarla. Deja a las sanguijuelas - se amonestó con vehemencia -. Lo que tengo que hacer es despertar a Araziel de su trance. ¿Pero cómo podía hacerlo?

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now