Capitulo trece

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Samael

Nalasa no recordaba cuando se había quedado dormida como tampoco recordaba como había llegado a la cama. Seguramente habría sido Marduk o alguno de los otros seres de los infiernos el que la había trasladado de la silla hasta la mullida y reconfortante cama. Lo cierto es que había dormido maravillosamente. No recordaba la ultima vez que había descansado tan llena de paz.

Había soñado con los brazos de su madre abrazándola como lo hacía antaño en las noches de tormenta que tanto la asustaban. Y lo había sentido tan real, que si cerraba los ojos parecía sentir unos brazos en torno a ella. Incluso una fragancia se había mezclado con la suya propia.

Era tan intenso el olor a jazmín que, por un momento, Nalasa creyó que quien la había abrazado había sido Araziel. 

Que cosa más absurda.

La luz del sol iluminó la bella habitación y ella se sintió increíblemente mejor que el día anterior. Le había venido tan bien cantar para poder desahogarse. Al entonar la primera nota, sintió que algo dentro de ella se expandía y florecía impregnando su corazón con un suave néctar. Hacía años que no cantaba en voz alta. Recordó que el motivo por el cual dejó de cantar  fue por orden expresa de Casya. Recordar aquel momento del pasado le provocó un sufrimiento lejano.

Nalasa recordó que ella y Casya hacía tres días que no comían sin dejar de andar, buscando uno de los pueblos del valle para poder vivir. La pequeña niña de cabellos castaños apelmazados y rebeldes, caminaba tras su hermana mayor sin poder dejar de cantar una de las canciones populares que solía cantar con su padre en las fiestas del barrio de la ciudad dónde pasó su niñez. Nalasa había heredado la voz dulce de su padre y también su gracia para tocar todo tipo de instrumentos de cuerda.

Corría el mediodía y Nalasa bailaba mientras cantaba para reconfortar su corazón y olvidarse del hambre que sentía en su estomago vacío. Entonces, en medio de una pirueta, Casya se dio la vuelta y fulminó a su hermana con su mirada azulada totalmente helada. Aquello sobresaltó a la niña que cayó de culo al suelo.

- ¡Cállate de una vez maldita sea! - le gritó fuera de sí y con lágrimas en los ojos-. ¿Por qué no paras de cantar? ¿Tanto te gusta hacerme sufrir? ¡Cállate! No quiero escucharte cantar nunca más.

Aquel estallido de frustración y furia, la hirió profundamente y se sintió culpable por hacer que Casya recordase a sus padres. De las dos, la que peor se estaba tomando su precaria situación había sido su hermana. No parecía conseguir aceptar que sus días en el seno de una familia con recursos económicos se hubiesen acabado. Pero lo habían echo en el instante que sus padres habían muerto en el incendio de la tienda de instrumentos. Todos los violines, los contrabajos, los violonchelos, los laúdes y las arpas habían quedado reducidas a cenizas al igual que los cuerpos de su padre y de su madre.

Todo era un cúmulo de polvo.

El dinero pronto se desvaneció como un trozo de madera dentro de un tarro de ácido. Las dos hermanas no podían continuar viviendo en la ciudad y Casya decidió ir al valle de donde era originario su padre y vivir en alguno de los cinco pueblos que lo rodeaban.

Así acabaron en Sanol.

Y diez años después, Nalasa había vuelto a abandonar un hogar y había recuperado su voz. Cuando sus cuerdas vocales emitieron la primera estrofa de una de las canciones que ella solía inventar dentro de su mente, la había invadido una supremacía enorme. Se sintió realizada y tan viva como la noche en la que Araziel la sacó a bailar. ¿Por qué había tardado tantos años en volver a cantar? Sabía perfectamente la respuesta: Casya. Siempre era por su hermana. 

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora