Capitulo cuatro

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Invisible soledad

El cuerpo le pesaba demasiado y lo sentí agarrotado. 

Nalasa intentó abrir los ojos pero  tuvo que darse por vencida al darse cuenta que no podía. Intentó normalizar su respiración para calmarse, eso era lo que más necesitaban sus nervios. Estaba convencida que si lograba recobrar la serenidad sería capaz de ponerse en pie. 

Pero conseguirlo sería una ardua tarea. 

En su memoria estaba grabado a fuego - y nunca mejor dicho -  el dolor que el sacerdote le había provocado con sus manos y le escocía tanto la frente como el brazo izquierdo. ¿Qué le había hecho aquel hombre y de donde había sacado aquel extraño poder que se asemejaba a la magia negra? Intentó no pensar en ello para concentrarse en calmarse. Cogió aire despacio y lo soltó por la boca una y otra vez hasta que sintió que el corazón dejaba de martillearle el pecho. 

Abrió los ojos muy lentamente y la luz la cegó unos instantes. Cuando su visión se aclaró, Nalasa reconoció donde estaba: en el salón de la granja de Rale. No le sorprendió demasiado encontrarse allí ya que no recordaba haberse movido de aquel lugar. Recordaba demasiado bien la negrura que la envolvió y como sentía que caía y caía en un vacío frío y lleno de un extraño dolor.

Con mucho esfuerzo, la muchacha se incorporó y miró su bonito vestido verde totalmente arrugado. Con la ayuda de una columna, se puso totalmente erguida y alisó un poco su vestido y deshizo su moño revuelto dejando que su larga melena castaña cayese por su espalda. Contempló su alrededor buscando al sacerdote o a su hermana, pero estaba sola.

Nalasa se acercó a una de las ventanas y observó el exterior. La mañana acababa de empezar y muchos de los lugareños estaban recogiendo mesas y restos de comida de la gran plaza del pueblo donde el día anterior se celebrase la boda.

La boda.

La maldita boda.

Una congoja inesperada se apoderó de su corazón y decidió apresurarse a volver a su casa. No hacía nada allí. Su hermana la había abandonado y dejado en las manos de un hombre cínico que la había agredido simplemente para deshacerse de ella.

Si ese demonio no hubiese aparecido ante sus ojos y no hubiese sido tan amable con ella… 

Si simplemente le hubiese robado el alma o matado todo hubiese sido más fácil. Era un demonio ¿no? ¿Por qué ser bueno con ella? ¿Y por qué los humanos eran a veces más malvados que los demonios?

Deja de pensar estupideces - pensó haciendo gestos de negación con la cabeza para intentar despejar su mente. Lo más inminente en aquel momento era irse ahora que era temprano y podría pasar desapercibida.

Nalasa dio media vuelta para dirigirse a la puerta de doble hoja cuando esta se abrió e hizo que se quedase clavada en el sitio. Casya y Rale entraron en la habitación cogidos de la mano sonriendo como solo podían hacerlo dos recién casados. Se le subió el corazón a la garganta mientras sentía la boca seca y estropajosa. ¿Qué dirían ellos al verla? Seguramente le gritarían y la echarían a patadas como si fuese una inmunda rata.

Preparada para el impacto de los gritos, Nalasa cerró los ojos y se encogió toda ella. Pero los gritos no llegaron y ella abrió los ojos consternada. Casya y Rale tomaron asiento uno frente al otro con las manos unidas. La muchacha contuvo la respiración mientras los miraba boquiabierta. ¿Cómo es que no habían gritado? ¿Cómo es que se sentaban embelesados el uno del otro sin importarles lo más mínimo que ella estuviese presente?

Aquello no tenía ningún sentido.

Nada de lo que le estaba pasando desde el día anterior tenía sentido.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now