Capitulo treinta y dos

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Notas de una conversación 

El castillo negro estaba desierto. Sus torres irregulares y negras como el tizón dejaban escapar crujidos y gemidos que intimidaban incluso al más cauto. Araziel estaba sentado en un confortable sofá de cuero donde Paymon le había dicho que esperase. Nada más aterrizar en el infierno, Marduk había ido a su encuentro con un pergamino en la mano. En un principio, él no se percató de ello y le dijo a su mayordomo que estaba locamente enamorado y que era el demonio más feliz del mundo. Marduk le felicitó y le sonrió pero en cuanto le entregó el pergamino, la felicidad de Araziel se evaporó.

Satanás reclamaba su presencia en su castillo de inmediato.

Y allí estaba, esperando a que Paymon le dijese que podía pasar a la sala de audiencias del señor del infierno. El corpulento demonio, mostrando las cicatrices espantosas de sus brazos, se acercó a él y le dijo que lo siguiera. Cuando Paymon pasó de largo la sala de audiencias y le hizo subir por unas irregulares escaleras se temió lo peor. ¿Adónde lo estaba llevando? ¿Satanás lo castigaría por no haberse presentado a la cita? ¿Lo expulsarían del infierno o lo convertirían en material cósmico? 

Se concedió experimentar cierto alivio al comprobar que estaban en un corredor lleno de puertas de dormitorios. Al final del corredor, había una gran puerta doble y allí se detuvo el maestro de ceremonias. El demonio tocó a la puerta con suavidad y, en respuesta, la doble hoja se abrió hacia adentro.

- Podéis pasar, el señor os espera - dio Paymon.

Araziel asintió y se adentró a los aposentos privados de Satanás. La habitación estaba completamente en la penumbra y solo había un candelabro que ofreciese algo de luz. La habitación era austera: una cama, un armario, un sofá y una butaca tapizada. No había nada más - ni siquiera una ventana - aparte de una montaña de libros y un nido de cuervos. El demonio clavó su mirada grisácea a la figura recostada en el sofá rojo. Aunque estaba entre las sombras, por la tenue luz, Araziel distinguió al señor de todos.

Satanás estaba recostado con los músculos relajados y su mirada estaba clavada en las llamas de las velas del candelabro. Su largo cabello negro con mechones blancos caía suelto y se derramaba hasta los pies del sofá. Sus alas negras habían desaparecido, descansando dentro de su cuerpo al igual que su cola. Así tal cual, con una bata de seda negra con bordes marrones, parecía un excéntrico humano demasiado fascinante.

La puerta doble se cerró a su espalda y él se quedó inmóvil mirando al su señor sin saber si moverse o no. Todo estaba en sumo silencio, un silencio que no se atrevía a romper. Ahora que estaba allí y la emoción de estar con Laris se había desvaído, se sentía culpable. No solo había traicionado a Samael sino también a Satanás. El señor del infierno siempre le había tratado bien y todos los demonios sabían que era uno de sus favoritos - sino el que más -. ¿Y cómo se lo pagaba él? Desapareciendo sin dejar rastro al mundo mortal el día en que lo iba a nombrar príncipe. ¿Cómo había sido capaz de pagar así la bondad y la confianza del mayor demonio de todos los milenios? No tenía perdón.

Araziel cayó de rodillas y clavó la vista en sus manos que colocó sobre sus muslos. 

- ¿Por qué te arrodillas Araziel?

La voz de Satanás reverberó en las cuatro paredes y se metieron dentro de él. Tragó saliva para encontrar su propia voz y poder responder.

- Os he decepcionado y me avergüenzo de ello - dijo finalmente remarcando mucho cada palabra.

- ¿Y por qué te avergüenzas? - Araziel no dijo nada -. Mírame a los ojos y responde.

Araziel alzó la cara y fijó su mirada a los ojos de distinto color de Satanás. El demonio mayor le miraba con un rostro indescifrable y eso hacía que él no pudiese saber a qué atenerse. Solo podía conjeturar con el estado de animo de su señor y eso era demasiado inquietante. Tomó aire antes de decir lo que le estaba carcomiendo.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now