Capitulo veinticinco

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El poder del amor

Ya amanecía.

La luz se filtraba por las delicadas cortinas de seda e iluminaban la piel desnuda del brazo de Nalasa. Araziel acarició con la mirada la piel blanca de la joven mortal y aspiró su aroma.

No había podido pegar ojo en toda la noche y tampoco habría querido hacerlo. No quería borrar de su retina ni de su memoria la imagen de ella dormida entre sus brazos. Solo deseaba que se detuviese el tiempo y que nunca amaneciese. 

Pero nada duraba eternamente.

Sin despertarla, el demonio se levantó de la cama y se puso una bata de algodón para tapar su desnudez. Arropando el blando cuerpo de Nalasa con la sabana, alzó a la joven y la llevó de regreso a su dormitorio. La acostó en su cama y acarició su mentón y su mejilla. La miró durante unos segundos mientras le quitaba su sabana y la arropaba con la de su cama sin deshacer.

Después se marchó abrazando la sabana caliente y con su aroma entre los brazos. 

La soledad comenzó a abrumarlo de forma implacable a la vez que el tormento le corroía las entrañas. ¿Cómo podía añorarla tan deprisa? ¿Cómo podía continuar anhelándola con la misma intensidad después de haber bebido todo lo que ella le había entregado?

¿Y cómo es que él se encontraba tan pletórico físicamente?

Se paró en el pasillo e hizo balance. Casi ni recordaba lo que era sentirse lleno de poder y de energía. Era como si una continua descarga electromagnética estuviese danzando por cada célula de su cuerpo de arriba abajo.

Era una sensación maravillosa e imposible de pasar por alto. 

Inolvidable.

¿Pero cómo había conseguido apoderarse de aquel poder sublime? Solo si te alimentabas de almas humanas y absorbías sus sentimientos podías obtener aquella energía. No podía ser que… 

Estaba desconcertado. Perdido e incrédulo. No podía ser que el amor de Nalasa se hubiese metido en su interior y haberle conferido el poder. Era absurdo. Y sin embargo algo parecido le ocurrió en el pasado cuando Laris era el centro de su mundo. Desde que la vio en el baile de las flores, no se alimentó de ninguna alma. Lo único que hacía en aquellos días era visitar a Laris y cortejarla con el deseo de apoderarse de su amor y de toda ella.

¿El amor de Laris también le había conferido aquel poder? No podía estar seguro.

En aquellos momento de su vida, él era tremendamente poderoso por los años de absorción de almas y un demonio mayor no necesita alimentarse a cada momento. Con dos o tres almas cada tres o cuatro meses tenía suficiente. Pero ahora llevaba cien años sin absorberlas y una fuente inexplicable de poder le corría por cada partícula de su ser.

¿Qué era? 

¿Qué podría ser?

¿Por qué de repente…?

Sin pararse a pensar, Araziel fue corriendo a la cocina con sus pies descalzos retumbando en cada uno de los escalones de piedra. Cuando llegó a la cocina encontró a los dos demonios que necesitaba ver. Marduk estaba sentado en la mesa de caballete tomándose una taza de café mientras Jezebeth espoleaba a sus diablillos a que amasasen con mas fuerza la masa de los bollos.

El primero que reparó en su presencia y en su desesperación fue - como no - su fiel Marduk.

- Señor Araziel ¿queréis sentaros a mi lado?

El amo del castillo asintió y se encamino al lado del mayordomo aferrando aún contra su pecho la sabana de seda con el olor corporal de Nalasa. Araziel tomó asiento en el banco al lado de Marduk y Jezebeth dejó frente a él una taza de chocolate tibia. Intuyendo que Araziel deseaba hablar con ellos dos a solas, Jezebeth despachó a los diablillos y ellos se fueron más contentos que unas pascuas. Jezebeth era muy estricto cuando estabas en sus dominios y más si encima trabajabas para él. Un respiro así no se obtenía todos los días, así que los chepeus no perdieron ni un segundo en marcharse y dejarles solos.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now