Capitulo quince

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Interludio lleno de palabras no dichas

Después de aquello, Araziel no volvió a visitarla. 

Marduk y Naamah se ocupaban de ella y, algunas noches, vislumbraba el espíritu de Fava yendo y viniendo del dormitorio de Araziel. Lo único bueno de la ausencia de visitas aquellas dos semanas fue que Samael tampoco regresó.

Pero los que sí regresaban cada noche fueron los diablillos y no solo los opiuchus con sus cabezas de serpiente sino que también aparecieron unos seres con aspecto humanoide - aunque completamente deformes - y unos con dos largas cabezas que alargaban a su voluntad. Los que tenían aspecto humanoide eran chepeus y trabajaban para Jezeberh como sus ayudantes en la cocina. Los de dos cabezas eran los solitarios y silenciosos hydrus que solo salían de su madriguera cuando Araziel se los ordenaba. Pero las tres razas de diablillos iban cada noche a su dormitorio y se sentaban sobre la alfombra para escucharla cantar. Y ella les cantaba cada noche hasta que caía agotada y muerta de sueño.

La primera noche que aparecieron ante ella, Nalasa no pudo evitar sentir repulsión por la fealdad de aquellos seres y sentir escalofríos. ¿Qué querrían de ella a esas horas de la noche cuando estaba a punto de quedarse dormida? Los diablillos de dos cabezas, alargaron uno de sus cuellos y acercaron sus ojos de pez muy cerca de su cara y ella dejó escapar un grito ahogado. Iba a ponerse a gritar histérica porque tantos pares de ojos y gruñidos le estaban poniendo la piel de gallina. La puerta de su habitación se abrió de golpe y una atronadora voz por poco la dejó sorda.

- ¿¡Se puede saber que hacéis aquí pandilla de vagos!?

Los diablillos se echaron a temblar y hablar en sus respectivos idiomas todos a la vez mientras gesticulaban con loas brazos.

- Nada de excusas - gritó el recién llegado que no podía ser otro que Jezebeth, el cocinero del castillo más que nada por el delantal lleno de lamparones y los manos llenas de harina y el olor dulce que desprendía.

Nalasa miró al demonio de pies a cabeza y se quedó fascinada. Jezebeth tenía un rostro de facciones delicadas y dulces enmarcada por una melena lisa color ceniza. Sus ojos eran pequeños pero de un color muy raro incluso para un ser humano. El violeta de sus ojos era precioso y resaltaban más por el khol negro que los maquillaba. ¿De verdad que era un demonio? No lo parecía en absoluto. Jezebeth parecía un ángel del cielo a pesar de proferir aquellos gritos a los diablillos. Solo le faltaban las alas blancas de paloma.

La mirada del demonio se clavó en la suya tan mundana y se le aceleró el corazón. ¿Es que allí todos eran hermosos menos ella y los pobres diablillos? Ahora se sentía fatal por sentir asco de ellos.

- ¿Te han asustado? - le preguntó con un tono de voz suave y meloso. Tenía una voz tan delicada como su cabello.

Ella se quedó un momento sin habla intentando pensar las palabras para poder decirlas. ¡Ni ante Araziel se había sentido tan insignificante! Los diablillos volvieron a hablar todos a la vez y Jezebeth los fulminó con la mirada para que guardasen silencio. Si su mirada tuviese la capacidad de fulminar en el acto, los diablillos se hubiesen desintegrado.

- Solo un poco - dijo ella finalmente -. No me esperaba que apareciesen tantos y de noche. No les he llamado.

Jezebeth caminó hasta ella y se sentó a los pies de la cama. Se sacudió las manos de harina y ésta desapareció de sus dedos.

- Es increíble que haya tenido que gastar mis poderes en harina - masculló antes de quitarse el delantal -. En fin - carraspeó -¿cantas?

Ella, que se había sentado en la cama y apartado las sabanas, le miró directamente a los ojos remarcados de khol.

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora