Capitulo ocho

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La huésped

La consciencia comenzaba a ganar terreno.

Poco a poco los sentidos se fueron despertando junto con un dolor que parecía dormido. Unos gruñidos se escaparon de su boca mientras intentaba moverse. Sentía el cuerpo entumecido además de aplastado. Sí, aplastado era la palabra perfecta pues la única explicación que se le ocurría en aquellos momentos de escasa lucidez era que un carro de cuatro caballos le hubiese  pasado por encima.

El dolor fue intensificándose a medida que Nalasa recuperaba la consciencia y el conocimiento. Sentía la boca seca y la lengua parecía una lija de tan rasposa como la tenía. Forzándose a si misma por volver en sí y calmar el dolor que se comenzaba a expandir, la joven abrió los ojos pero volvió a cerrarlos por la gran claridad que se filtraba por alguna ventana y había contrarestado su pupila dilatada por la oscuridad.

Nalasa parpadeó para achicar su pupila y lo que vio entre parpadeo y parpadeo la desconcertó. Estaba segura que el lugar donde se encontraba no era su casa. Aquella habitación era tan grande cómo su minúscula casita del pueblo y la cama donde descansaba era más cómoda y confortable que la suya propia. Pero lo más extraño e inesperado no fue eso.

Para nada.

- ¡Se a despertado! - exclamó una voz que le sonó conocida.

La joven abrió los ojos del todo - por fin - y contempló la espaciosa estancia de piedra en la que se encontraba completamente sola. Nalasa escrutó la habitación provista de todo tipo de lujos. Tenía una chimenea con reborde de lo que parecía oro, había muchos frescos decorando las paredes y también algún que otro tapiz ilustrando jardines llenos de flores. Cerca de la vidriera que había frente a ella - y la culpable de la gran cascada de luz sobre su rostro- había una mesa con  un jarrón lleno jazmines y dos sillas de buena madera y con bonitas tallas de rosas.

Sus ojos castaños volaron hasta los postes que decoraban la cama y en el cual reposaban unas cortinas rosas tan finas que no podrían ser otra cosa que seda.

¿Dónde se encontraba? Intentó recordar y le vino a la memoria su huida de Sanol al caer la noche y el ataque de los lobos en el bosque.

- Está despierta - dijo de nuevo la voz de niña de antes. Parecía conmocionada sin saber que hacer.

Nerviosa, Nalasa miró a su alrededor más frenéticamente sin poder encontrar el origen de aquella voz. ¿Y si todo era un sueño? Muerta no podía estar pues sentía demasiados dolores por todas partes. ¿Pero un sueño podía a llegar a ser tan doloroso y confuso?

- Marduk, Marduk - volvió a decir la voz como un sálmo. Aquello le puso los pelos de punta, aquel nombre no sonaba muy halagüeño.

Sin querer permanecer ni un minuto más en aquella estancia de fuerte y agradable olor a jazmín, Nalasa quiso levantarse y un estallido de dolor le recorrió todos los músculos. Dejó escapar un gemido mientras caía sin fuerzas sobre los almohadones y se le llenaba la frente de sudor.

- No te muevas si no te reabrirás las heridas - dijo la voz de niña y esta vez en su campo de visión apareció una esfera luminosa de una blancura inmaculada que flotaba sobre su cabeza.

El grito de terror que salió de su boca se le metió en el tímpano y con más urgencia intentó levantarse de la cama.

- No, para - dijo la esfera flotante - te harás daño y él no se lo perdonara y yo seré alma muerta. Detente por favor - imploró -. ¡Marduk! - gritó desesperada.

La luz revoleteó mientras Nalasa luchaba por quitarse las sabanas de encima algo que se le estaba haciendo un mundo. Sintió un súbito frío al quitarse las mantas de encima y vio que estaba desnuda. ¡Desnuda! Porque la capa que la envolvía no significaba nada. ¿Dónde estaba su ropa? ¿En qué problema se había metido esta vez? 

El castillo de las almas ( Amante demonio I )Where stories live. Discover now