—A ti tampoco te sientan mal los vestidos—dije, fijándome en lo incómoda que parecía con tantas capas de tela encima.

Rubí me miró, levantando una de sus picudas cejas. Giró la cabeza hacia la gran estructura de piedra y por un momento pude ver como sus ojos se cubrían de lágrimas. No quería presionarla, así que aguardé hasta que ella estuviera preparada para contarme como se sentía.

—Ian, yo no pertenezco a este sitio—masculló—. Puede que penséis que si, porque tengo poderes, pero no soy nada más que eso ahora mismo. Sigo siendo la misma que hace seis meses cuando estábamos en casa. Jude y tú sois fuertes y podríais ser de ayuda en muchas cosas aquí. Se que nunca te ha gustado vivir allí después de lo que pasó, lo entiendo. Emma es una dama en toda regla, y sabe mandar. Cassandra es Cassandra así que no creo que le haya costado integrarse. ¿Y yo qué? Solo solo soy alguien que no puede controlar su ira, torpe y con muchísimos problemas para acatar ordenes de nadie. Solo os pondría en peligro.

—Allí no eras distinta.

—En casa no había reyes ni dioses malvados, Ian—suspiró con fuerza.

—Tu solo inténtalo, no huyas de lo que sientes por este sitio—propuse, mirándome las uñas con nerviosismo.

—Solo siento miedo—concluyó.

La conversación se estaba desviando y escapándose entre mis dedos como la arena. Me planteé varias opciones para salir airoso y que Rubí se diera cuenta de que este sitio de alguna forma también nos pertenecía. Las palabras nos la harían cambiar de idea, o sea, que daba igual todos los discursos que la soltara. Tendría que convencerla de alguna otra forma, pero no me gustaba tener que sacar mi as de la manga tan pronto. Me levanté, dejándola con la palabra en la boca y me adentré un poco más en el bosque.

—¿Se puede saber a dónde vas? —me preguntó a gritos cuando le di la espalda.

La ignoré. Busqué entre la hierba y los arbustos aquello que pudiera servirme para mi demostración. Para cuando volví, Rubí estaba en pie, con los brazos cruzados sobre su pecho y con una mirada asesina.

Abrí las palmas de las manos para enseñarle lo que había dentro. Me miró aún más desconcertada al ver la mariposa muerta entre ellas.

—Ian, sabes que te quiero mucho, pero todos los psicópatas empiezan matando animales pequeños.

La mandé callar con un gesto. Para mi sorpresa, ella obedeció. Cerré las manos, poniendo una encima de la otra, me concentré. Escuché los sonidos del bosque que me rodeaban y los dejé pasar a través de mí, convirtiéndome en ellos, llenándome por completo de la vida que circulaba por mi cuerpo. Unas cuantas gotas de sudor me cayeron en los ojos por el esfuerzo. Estaba inquieto, quería que todo saliera a la perfección. De alguna forma, la presencia de Rubí allí lo hacía todo más fácil.

Cuando mi límite presionó justo en las sienes abrí los ojos, dedicándole una sonrisa. Mis manos perdieron su fuerza y se dejaron caer a cada lado, dejando salir al animal, vivo. La mariposa revoloteó un par de veces entre nosotros antes de perderse de nuevo en el bosque.

Rubí se quedó muda, mirando al sitio por donde había desaparecido la mariposa. Abrió los labios varias veces como si fuera a decir algo, pero ninguna palabra conseguía llegar a salir por ellos.

—Vamos, di algo—le apresuré.

—¿Qué puedo decir? No tengo ni idea de lo que acaba de pasar.

—Es algo que llevo practicando un tiempo. Me parece que es un don, como los vuestros—expliqué—. Apenas puedo curar heridas la mayoría de veces. Es la primera vez que sale bien con un animal completamente muerto. 

De nuevo el silencio hizo su aparición entre nosotros. Mi poder era algo que ni si quiera yo entendía. Al utilizarlo actuaba por instinto, no porque supiera lo que estaba haciendo y no lo controlaba. Al menos no como lo hacían Jude y Emma. Era un sensación de añoranza y necesidad, algo tan básico como la necesidad de respirar. Rubí debía haberlo sentido también, estaba seguro.

—¿Lo sabe alguien más?

Negué con la cabeza.

—No creí muy inteligente contarle a nadie lo que me estaba ocurriendo. Tener la posibilidad de devolver la vida podría acarrearme muchos problemas si llega a los oídos equivocados—confesé—. Además, quería que fueras la primera en verlo. Para que entendieras las maravillas que podemos hacer aquí. A la gente que podríamos salvar.

—Lo entiendo.

Comprendió lo que llevaba días intentándola meter en la cabeza. Nosotros no nos alejábamos, sino ella. Debía comprender por que ninguno de nosotros deseaba volver ya. Habíamos perdido mucho, familia, amigos, sueños...Pero Rubí se había perdido a si misma en el camino y esa es la mayor tragedia que puede haber para alguien.

—Intentaré dejarme llevar—tartamudeó, sin convencimiento—, no prometo nada.

—Con eso me vale.

Nos acercamos hasta envolvernos en un abrazo. Uno que llevaba necesitando muchísimo tiempo. Seis meses era lo máximo que habíamos pasado sin estar juntos y me reconfortaba saber que todo había pasado ya.

—Tienes que contarme todo lo que me habéis estado ocultando—me recriminó.

—En su momento. No me corresponde solo a mí decirlo—la despeiné.

Volvió a sentarse bajo el árbol, cogiendo mis hojas para investigar los nuevos dibujos. En su rostro pude reconocer a la chica que había sido antes de que llegáramos aquí. No quise estropear el momento así que hablamos de cosas de casa. Algunas que no la hicieran recordar el dolor. Llegaría el momento en que sabría toda la historia, un momento no muy lejano, cuando estuviera preparada para escucharla. 

****

Hola hola! Aquí tenéis un nuevo capítulo! 

Me encanta escribir desde el punto de vista de Ian, porque es uno de mis personajes favoritos y el primero que creé, así que espero que os haya gustado entrar un poco en su mente. Su relación con Rubí hace que se me salten las lágrimas. Son adorables. 

¿Os ha gustado el capítulo? ¿Qué creéis que le ocultan a Rubí? 

Pronto lo descubriréis ;)

Nos leemos la semana que viene, NR.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅حيث تعيش القصص. اكتشف الآن