cap. 3

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Vamos bien, tres exámenes en una semana, todos de corrido. No sé que se piensan los profesores que somos, yo no me aprendo las cosas de un día para el otro como pretenden que lo haga. Rodé los ojos viendo los libros sobre la mesa, esos que hablan sobre la anatomía del cuerpo humano. 

¿Cuándo decidí hacer medicina? ¿Cuándo consideré que estudiar 9 años la carrera iba a hacerme algún bien respecto a mi poco coeficiente intelectual?

-Anda a cagar- Dije frustrada mientras repetía lo que tenía que estudiar en mi cabeza, cada vez parece que son más cosas agregadas a la lista. 

Sentí unos golpes leves en mi puerta, me di la vuelta en mi silla esperando a quien sea que estuviera molestando pasara de una vez. Crucé una pierna por encima de la otra, acomodando mi pelo en un moño desarreglado. 

Manuel fue abriendo la puerta, asomando la cabeza. Lo miré elevando una ceja y él sonrió, pasando sin pedir permiso. Se sentó en la esquina de mi cara y mira los centenares de libros encima de mi escritorio. 

-¿Examen?- Preguntó acomodando su supuesto pelo, aunque se había olvidado ligeramente de que ahora no tenía pelo. 

Me reí y mi hermano al darse cuenta de que lo que había hecho, sus cachetes se volvieron rojos y yo me reí todavía más. 

Aún me acuerdo de todas las cosas que le hacía de chiquita para hacerlo sentir incómodo y avergonzado, era el pasamiento favorito de Maia de 9 años. 

-Manu, ¿hasta cuándo vas a seguir olvidándote de que ya no tenes pelo?- Pregunté divertida. 

Él se mordió el labio inferior, negando con la cabeza. Clara evidencia de que estaba avergonzado y harto. Se pasó la mano por la cara, acomodándose mejor en la cama. 

-Vine acá a preguntarte si querías que te ayude a estudiar y te reís de mi, ¿qué clase de mala hermana sos?- Preguntó con tono dolido, claramente fingido. 

Yo sonreí ampliamente, ya que él me ayudaba demasiado cuando había que estudiar, era como el cerebro extra que se me aplicaba para poder pasar la materia. Nuestra infancia compartida siempre fue al revés; El menor le enseñaba a la mayor. 

-No sé que clase de hermana soy, pero si sé que vos sos el mejor hermano del mundo- Sonreí tímida, ganándome una mirada desconfiada de mi hermano. -Dale bobo, ayudame a estudiar y yo te ayudo con la wacha esa

Intenté chantajearlo aunque no es trabajo fácil, él no es fácil y al contrario de todo, cuando comenzaba a chantajearlo termino yo siendo chantajeada por el chanta de mi hermano. 

-¿Qué wacha?- Preguntó con el ceño fruncido. Moví mis cejas de arriba hacia abajo, y él parece entender, porque sus cachetes vuelven a estar rojos pero esta vez más intenso el color. -Voy a matar a Mateo, yo le dije que no dijera nada y es lo primero que hace- Niega con la cabeza. 

Lo señalo y él me mira confundido, sonrío con la cabeza cerrada intentando ocultar mi risa. 

-¡Vos estás enamorado!- Grité sin querer. 

-Para flaca, están durmiendo nuestros padres, te aviso nomás- Dijo elevando las manos de forma inocente. -Y no, no estoy enamorado de nadie. Yo no me enamoro

Venía en la sangre decir eso pero como venía en la sangre el no enamorarse, también viene en la sangre el ser boludeados, experiencia propia. 

Yo era de las típicas que decían que enamorarse era para cagones, hasta que un día con 17 años de edad me tocó enamorarme y no de una buena persona, ya que sólo pasó una vez y nunca más. Yo me enamoré de él, aunque fuera prohibido. Todavía es un amor que sigue intacto pero ya disimulado, por lo menos no me sigue doliendo verlo y no poder tocarlo. 

Suspiré recordando la cara que tanto amaba ver cuando era una puberta en el último año del colegio, la que no sabía nada pero al mismo tiempo tenía experiencias en otros campos evitando la escuela. 

-Nunca digas que no te enamoras porque terminas por hacerlo. Siempre vas a enamorarte por más de que te niegues, no es algo que puedas evitar- Hablé enfocándome en un punto fijo detrás de él. 

Todos mis recuerdos terminaban por llevarme hasta la cara de mi primer algo, y de ese algo lo único que aprendí es que no podes engancharte con lo que no tenes chance porque duele muchísimo. 

-¿Y ese tono melancólico?- Interrogó mientras jugaba con un peluche de mi cama. 

Negué con la cabeza sacando esos recuerdos de mi mente, volviendo mis ojos hasta los de mi hermano, esos ojos que tenemos en común. Manuel me mira y yo le sonrío de boca cerrada, dándome la vuelta y acomodándome mejor en el hueco de mi escritorio. 

-¿Me vas a ayudar o no, Manu?- Pregunté con tono inocente. 

Él suspiró y esa fue mi respuesta; Un sí. 



Difícil; TruenoWhere stories live. Discover now