Cap. 16 - La boda real - El rostro de la muerte

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Alexander se detuvo frente a la puerta del rey y ahí observó a los cuatro guardias inconscientes tirados en el suelo. No se acercó, sino que analizó a una distancia prudente la escena que tenía enfrente y enseguida detectó la niebla que sobrevolaba por encima del dintel.

— No se acerquen — dijo con voz tenue y luego se dedicó a buscar como derribar la puerta sin tener que exponerse a ese espectro en forma de gas que amenazaba oculto entre las vigas del cielo. Luego de meditar durante unos segundos, envió a un par de hombres a traer un ariete pero tal orden no fue necesario cumplirla, ya que la puerta del rey se abrió de golpe y las siluetas de dos hombres aparecieron por ella. Nivia estaba a la derecha y Lance, a la izquierda, venia cargando al rey entre sus brazos, sosteniéndolo en vilo como si transportara a un enfermo que no puede caminar por sí solo. Y es que en realidad Alaris estaba tan débil que no podía usar sus piernas, pero sí sus ojos y su boca. Así que de forma dramática alzó su mentón y dirigió una mirada penetrante y acusadora a Alexander, de tal modo que lo hizo temer y sentir escalofríos al verlo tan enfermo y tan deteriorado de salud, al grado de parecer un cadáver.

— Me traicionaste Lex — logró decir Alaris mostrando su lengua seca y sus agrietados labios —. Me juraste lealtad y me traicionaste. Ayudaste a Lydawc a robarme la voluntad y ayudaste a los que han intentado matarme.

Lex se hincó en el suelo y bajando la vista mostró que su alma estaba verdaderamente contrista. Fingido o no, el hombre mostró por fin humildad y arrepentimiento.

— Yo jamás quise su muerte mi señor — quizás era la primera vez que Lex lo llamaba así —. Sabía que algo andaba mal pero, ¿Que podía hacer yo si era usted mismo quien me daba las órdenes? Sospechaba que Lydawc lo estaba controlando pero aun así no podía desobedecerlo.

— Tú sabías que Lydawc y Oswy estaban tratando de robar mi reino y lo permitiste.

Lex alzó sus ojos y los clavó en los de su maltrecho primo.

— Mi señor, estoy con usted, déjeme demostrarlo.

— ¿Cómo creerte? — respondió Alaris desde los brazos de Lance con la rabia asomando entre sus repetidos gestos de dolor.

— Yo no tuve nada que ver en este plan, solo fui un instrumento más en esta conspiración de Lydawc y no tuve ni el valor ni la fuerza para desafiarlo. Ahora que usted ha regresado lo seguiré y lo protegeré con mi vida, juro que lo haré.

Alaris miró a Lance y a Nivia y ambos coincidieron en lo mismo; tener a Lex de su lado en aquellos momentos representaba una magnífica oportunidad para apresar a los traidores de una forma digna de poetas épicos como Homero.

— Rey mío — habló Lance —. Si el duque Alexander nos ayuda podemos continuar esta farsa y tomar por sorpresa a los traidores. Nadie tiene que saber que usted ya está libre y podemos apresarlos a todos a la hora de la boda. Garrod y Athan nos ayudarán, y también Marc.

— ¿Dónde está Marc? — gruñó Alaris y Lex enseguida respondió tragando difícilmente saliva.

— Usted ordenó que lo encerráramos en una mazmorra, de eso ya ha pasado un mes.

— Libéralo en secreto y dale su espada, luego deja a Garrod y al arquero entrar en el castillo. Me gusta la idea de apresar a los traidores durante la boda. Ya que quiero ver la cara de Anne cuando sepa que he regresado y sienta su muerte cercana.

Tanto Lance como Nivia pensaron que aquella no era una buena idea pero no pudieron retractarse de lo que ellos mismos habían propuesto. Otra dosis de rencor y odio para Alaris podría tornar oscuro su corazón, como ya había sucedido en el pasado.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoOn viuen les histories. Descobreix ara