Cap. 14 - Corona de muerte - Catarsis

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Moesia (actual Bulgaria) Novimebre de 872



Siguiendo la corriente del río Danubio, un grupo de seis marchantes llegó hasta un pequeño fuerte de guerra ubicado en la entrada noreste del gran llano de Romanía. Parecía peregrinos en una procesión religiosa y parecían haber realizado un viaje muy largo, ya que los cuatro de atrás avanzaban dando pasos torpes que delataban cansancio y debilidad, mientras los dos del frente lucían fuertes y seguros en su marcha.

Al verlos desde lejos, cuatro soldados con aspecto de beduinos salieron del rustico fuerte y saltaron al sendero para encarar a los marchantes, de modo que los hicieron detenerse y alzar sus cabezas en sincronía. Lo primero que vieron los soldados, fueron los ojos grises de una mujer de edad avanzada que asomó su rostro por la ventada de su capucha.

Entonces los soldados, al ver que todos los viajeros eran mujeres (algunas casi unas niñas) perdieron toda actitud agresiva y se movieron a los costados del sendero, evidentemente dando permiso a la procesión para ingresar al territorio.

Al principio, las cuatro mujeres de atrás temieron en sobremanera al ver la actitud amenazante de los soldados y sus armas curvas, sin embargo, las dos de vanguardia se mantuvieron firmes y sin miedo; como si se supieran inmunes a cualquier ataque. Las seis avanzaron entonces y algunas de ellas siguieron con la vista a los soldados hasta que estos hubieron desaparecido de nuevo en el interior de aquel pequeño fuerte de guerra de murallas altísimas, como si todo aquel complejo junto al río, fuera una inmensa torre de vigilancia.

— ¿Quiénes eran esos? — preguntó una chica morena de aparentes veinte años de edad y de ojos negros hermosos.

— Son guerreros al servicio del maestro — respondió la mujer anciana que guiaba aquella expedición. —. No debemos hablar con ellos pero tampoco debemos temerles.

— ¿Por qué no debemos hablar con ellos? — preguntó otra de las mujeres, la más joven de todas, que apenas llegaba a los trece años de edad.

— Son guerreros sagrados y están en una campaña por la purificación del mundo. Ni siquiera se consideran a sí mismos humanos y no pueden tener distracciones, son como ángeles.

— Son demonios — corrigió con efusividad la mujer que caminaba al frente, junto a la anciana —. Demonios rebeldes y asesinos, a favor de los humanos, sí, pero demonios a fin de cuentas. Manténganse lejos de ellos.

La joven que había dado la explicación era sumamente enigmática y rara. Tenía una actitud tan ruda como la de un hombre y sus ojos azules estaban llenos de fuego. De los bordes de su capucha se podía distinguir que su cabello era rojo intenso y múltiples marcas de guerra atravesaban su mentón y su frente, disolviéndose entre las pecas y las imperfecciones que le invadían el rostro.

— Siempre pensé que los demonios eran malos. Pero no lo son, tú eres una de ellos.

Dijo la chica de ojos negros que antes habló y miró con sumo interés a la pelirroja, como si la admirara por ello.

— Ángeles, demonios; todos son la misma cosa, solo pelean por diferentes motivos.

Respondió la pelirroja y evadió la mirada para mirar al frente, donde la silueta de los montes Balcanes ya se dibujaba sobre el horizonte, flotando sobre la neblina que cubaría el llano.

— Quiero ser una guerrera como tú — volvió a hablar la muchacha de ojos negros y la guerrera se exaltó y sus ojos azules se llenaron de furia.

— No sabes lo que dices. Ser un guerrero sagrado de Nimrood no es algo que deba ser tomado a la ligera. Somos asesinos desde que nacemos y por ello estamos condenados en esta vida. Si peleamos es para salvar almas como la tuya, no la nuestra. Así que haz valer nuestro esfuerzo y busca la salvación, no la condena.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora