Cap. 14 - Corona de muerte - Lex

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Aquel hombre altivo y de habitual elegancia de movimientos y vestuario, bajó de su caballo frente a la abadía y enseguida amarró su montura a los torcidos troncos de la entrada. Se alejó un poco y cierta inquietud le invadió inexplicablemente, entonces giró la vista hacia el hermoso caballo blanco y notó que, junto al palenque, había un pequeño abrevadero al cual la bestia estaba intentando llegar sin lograrlo, ya que la cuerda no era tan larga. Lex recordó entonces las palabras de Lance acerca del odio que aquella montura tenia por su amo y haciendo una rabieta entró por fin al templo con pasos marcados y largos.

Nadie salió a su encuentro. A esa hora no había feligreses ni servicios y los trabajadores que transitaron por toda la abadía en las últimas semanas ya se habían ido. Entonces el duque de Powys tuvo tiempo para alzar la vista y contemplar el edificio en todo su esplendor. Ni siquiera los reyes más importantes de Inglaterra podían tener edificios tan lujosos como ese y eso le causó un poco de resentimiento. Pensó que cuando él gobernara, haría construir un palacio más grande y más lujoso que aquel templo.

Algo que el duque no pudo dejar de notar, es que todo el complejo de edificios de la abadía lucía como nuevo, las bancas, los muebles, las estatuas, todo había sido restaurado recientemente y con mayor velocidad de lo que se había sido restaurado el castillo del rey. Por un lado era comprensible, ya que la abadía había sufrido menos daños durante la invasión, pero aun así, el despliegue de recursos de la iglesia para reactivar la diócesis había sido impresionante. Definitivamente un rango alto en la iglesia resultaba ser, en aquellos tiempos, más redituable que un trono.

Pero la vida sacerdotal no era algo que interesara a Alexander, la verdad es que él no era un hombre famoso por su ferviente fe y por el contrario, todos sabían que evitaba pisar las iglesias y repudiaba a los sacerdotes. Si aquel día había visitado el templo definitivamente no era con fines de oración o conversión, sino porque el arzobispo Lydawc lo había mandado llamar y esa era una reunión que el duque llevaba varios días esperando con ansias. Por fin un joven siervo de apariencia anémica lo hizo pasar a la oficina de Lydawc y en unos cuantos minutos ya estaban los dos conversando cómodamente ante una pesada mesa de madera perfectamente tallada y adornada con esquineros chapeados en plata.

— Y bien Lydawc — Alexander era uno de los pocos que no se dirigía al arzobispo con el debido respeto por la envestidura —. Me pediste que esperara y he esperado, ¿pero cuánto tiempo más debo aplazar mi venganza? ¿Cuánto tiempo más debo ver cómo mi prometida se pasea por el castillo de Alaris acompañada de ese soldado bastardo?

Lydawc desde su lugar, sonrió de forma enigmática, quizás porque le alegraba saber que tenía buenas noticias para el duque, o quizás solamente porque le parecían cómicas las rabietas de Alexander, era imposible descifrar la oscura naturaleza de esa sonrisa.

— Siempre tan impaciente Lex. Pero precisamente por eso te mandé llamar, porque ya es el tiempo de actuar y necesito que lo hagas de la forma correcta.

— ¿A qué te refieres?

— A que no puedes ir sobre el muchacho pidiendo que lo castiguen solo por mirarte feo o por cruzar palabras con tu prometida.

— Puedo hacerlo.

— Que la princesa dé instrucciones a un guardia no está prohibido y la ofensa de desafiarte durante la concentración del ejército no fue un crimen tan grave. Yo no quiero un castigo leve para el muchacho, sino uno ejemplar. Y para eso tenemos que obligarlo a cometer un crimen público.

— ¿Cómo haremos eso? — preguntó Alexander muy interesado en como sonaron las últimas palabras del arzobispo.

— Acorralarlo por supuesto.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora