Cap. 12 - La hija de la venganza

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Ninguno de los tres esperaba realmente lo que habrían de encontrar a partir de aquel punto, habían viajado de nuevo hasta la frontera con el Sacro Imperio y poco habían pensado sobre la forma en que Brannagah habría de recibirlos. Se habían pasado todo el trayecto meditando sobre los ángeles infieles y su prisión y en verdad no se habían preocupado por el futuro inmediato. Una vez que se acercaron a la frontera comenzaron a imaginarlo, seguramente sería un interrogatorio cruel y despiadado por parte del cardenal. Quizás una mazmorra o un viaje inesperado a Roma, lo cual sería una muy mala noticia dadas las condiciones.

Lo cierto, es que el astuto y siniestro cardenal ya debía tener un plan para ellos y tenían la esperanza de que no fuera un juicio o algo similar. A Mislav le hubiera, incluso, gustado rodear por territorios paganos, pero esa no era una opción viable. La ruta secundaria para llegar a Inglaterra seria por el mar Báltico y en aquellos tiempos era casi un suicidio intentar pasar por ahí, incluso para los vikingos, ya que las tribus bálticas solían hacer la guerra contra las tribus escandinavas. Por ese motivo se resignaron a atravesar terrenos del Sacro Imperio y continuaron por la misma ruta por la que habían llegado.

Antes de llegar a Passau atravesaron la frontera y se encontraron con un siniestro panorama que los hizo en verdad temer. Esperaban hostilidad, quizás golpes y una jaula... pero no eso. Era uno de los campamentos de avanzada del Sacro Imperio y era evidente que habían adelantado líneas esperando ganar terreno en territorio Moravo, pero el destino de aquel ejército había sido tan cruel como misterioso. Algo pocas veces visto e inmediatamente hizo a los viajantes entrar en una especie de estupor en el que corrientes frías recorrieron sus miembros dejándoles todos los vellos de sus cuerpos en alerta y con el corazón dando saltos dentro del pecho como si fuera un animal temblando atrapado en las garras de su predador. De igual modo sus corazones latieron con tanta fuerza que incluso sintieron dolor.

Por todo el rudimentario campamento estaban esparcidos los miembros de quien sabe cuántos soldados cuyos cuerpos habían sido mutilados o aplastados en combate. Era fácilmente reconocible el escenario de la batalla, pues los rostros que se encontraban entre las partes de los cuerpos aún mostraban coraje, miedo, terror y angustia. Los que aún conservaban las manos tenían apretadas sus espadas y algunos incluso hasta habían caído en posiciones típicas del combate. Eran quizás unos treinta soldados aunque era difícil saberlo con exactitud. Ninguno de los tres viajantes se detuvo a reconstruirlos o para contarlos pues estaban demasiado afectados en sus ánimos como para hacer una reconstrucción mental o simplemente guiarse por la cantidad de cabezas. Era un espectáculo terrible que hubiera enloquecido a cualquiera, pero no a estos hombres que ya prácticamente lo habían visto todo. Ni siquiera el mal olor los afectó, ni los buitres sobrevolando y bajando hambrientos en picada para ganar un trozo de carne de aquellos soldados cuyas casacas mostraban aún sus colores originales rojo y blanco.

Mislav, Lance y Athan desenfundaron sus armas para estar alertas e hicieron una fila para atravesar el campamento sin bajarse del caballo. De ese modo no pisaron aquella tierra húmeda con sangre y en cuya plaza central estaban esparcidas vísceras, cabezas, brazos y piernas como si de una pesadilla se tratara, una pesadilla de un campo sembrado de cadáveres y regado con su sangre.

— Esto no es obra del pueblo insurrecto — recitó Mislav cuando ya salían por fin de aquel campo de horrores —. No han sido los soldados leales a Rotislav o a Svatopluk, no han sido vikingos y tampoco magiares.

— ¿Quien fue? — preguntó Athan aunque ya intuía la respuesta.

Por un segundo, Lance se transportó a Irlanda en recuerdos, a la playa grande donde habían muerto los monjes y luego soldados ingleses. Era el mismo panorama siniestro y la misma técnica de asesinar desmembrando a los oponentes.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoМесто, где живут истории. Откройте их для себя