Cap. 9.3 - Athan

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Athan



Eran las seis de la tarde y el cielo sobre el Peloponeso ya se preparaba para recibir una de las noches más oscuras que habría de ver la región en muchos siglos. Y es que la tolerancia del mundo hacia la democracia y el pensamiento libre había llegado a su fin y los ejércitos de la muerte estaban marchando para erradicar la última comunidad de helenos sobrevivientes del mundo. Ningún milagro parecía poder evitar la tragedia y ellos lo sabían, sabían que ya no había lugar sobre el planeta donde pudieran esconderse.

Su último bastión era una finca secreta en tierras Espartanas, en las montañas de la península de Mani. Estaba erigida en una meseta y protegida por acantilados y por una muralla de rocas blancas que se mimetizaba perfectamente con el entorno árido de la región. Muchas familias de helenos se habían refugiado en ese lugar y habían permanecido confinados ahí ya por muchos días, por lo que su refugió se había convertido, sin darse cuenta, en una prisión insufrible. Por ese motivo, los ánimos habían decaído alarmantemente y ello se manifestaba en un silencio casi sepulcral que resultaba extrañamente aterrador. Era como si todos los refugiados estuvieran ya muertos y fueran solo fantasmas en un castillo donde el tiempo no transcurre.

Pero eso era solo una ilusión, pues el tiempo no se había detenido. El sol precipitándose velozmente hacia el horizonte lo demostraba y el cielo vertiendo toda su luz hacia el mar, anunciaba que el tiempo de los helenos se estaba agotando y que las constelaciones que ahora aparecían en el cielo oriental, serían vistas quizás por última vez por los hombres que les dieron sus nombres.

En una discreta torre de vigilancia, situada en la parte oriental de la finca, un hombre esperaba pacientemente aferrado a un raro arco acorazado y a sus flechas y sus ojos infectados de amargura, paseaban errantes por las rocas de la montaña más allá de la muralla, como si esperara impaciente a la muerte. Las Imágenes del ejército bizantino torturando y asesinando a la gente de la mesa aún se dibujan en sus recuerdos y se confundían con las sombras de la tarde.

En eso estaba, haciendo la guardia, cuando unos pesados pasos sonaron por la escalinata y lo hicieron recomponerse y endurecer la mandíbula para aparentar fortaleza y entereza. Entonces apareció un hombre, como si se materializara de la oscuridad del cubo de las escaleras, el cual saludó apenas puso un pie sobre el suelo de la torre.

Athan, me dijeron que estabas aquí.

Si, quería vigilar el sendero yo mismo respondió —. Además, quería estar solo.

Como siempre huyendo de las ágoras. Pues lamento arruinar tu momento, te tengo noticias.

¿Noticias del ejército bizantino?

El hombre negó con la cabeza pero recompuso y finalmente asintió.

— El general Agust tiene tomadas todas las casas y fuertes del señor Adriaco pero no ha encontrado señales del culto a Apolo. Luego de destruir el pueblo de mesa, el ejército se movilizó hacia el sur.

El joven se acercó al antepecho de la torre sin soltar el raro arco y observó la muralla rodeada de árboles y en ella pudo distinguir algunos soldados que hacían guardia permanente, ocultos entre las almenas. Los contempló por unos instantes y negando con la cabeza dijo así.

— Están torturando a los siervos y a los campesinos Herxus, no tardarán mucho en descubrir nuestra posición y cuando lleguen no podremos escapar.

— Vamos Athan, no seas pesimista. Son muy pocos los que saben de la existencia de este fuerte.

El Imperio Sagrado II: Los hijos del oscurantismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora