LXVII. Suplicar

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La mujer tembló aterrorizada, arrastrándose sobre su trasero lo más lejos que pudiera del hombre frente a él. Era inútil, la tranquilidad con la que el hombre caminaba delataba su derrota. 

—Por favor —suplicó en un sollozo apenas audible. El hombre la miró y sonrió, mientras jugaba con la varita entre sus dedos. 

—Eres buena, pero olvidaste la regla número uno —suspiró y borró la sonrisa de sus labios—. Jamás suplicar. 

La mujer abrió los ojos y antes de que pudiera parpadear, una luz verde cubrió todo el lugar. Su cuerpo cayó y su mirada se perdió, la varita aún apuntaba el cuerpo inerte, sin ningún temblor, sin ningún remordimiento.

—Estás siendo muy imprudente —dijo una voz a espaldas del hombre. Este sonrió con burla antes de girarse a encarar a la pelirroja. 

—¿Imprudente? —rió. La mujer asintió y suspiró, acercándose a él con las manos en los bolsillos. 

—Vas dejando caos, destrucción y muerte a dónde quiera que vas —menciona. El hombre aún sonríe y se encoge de hombros. 

—Deberías agradecerme, estoy haciendo tu trabajo —dice como si la cosa fuera sencilla, pero la mujer pelirroja detecta reproche en su voz. 

—No, no te equivoques, yo no mato personas —le dijo con voz elevada. El hombre rió y bufó. 

—No, claro que no. Las llevas ante un montón de imbéciles para dejarlos libres después de que prometan no hacer más estupideces —gruñe. La mujer suspira y observa a la otra mujer muerta. 

—¿Y por eso te has convertido en un maldito infeliz? —la pelirroja sabe lo que es capaz de hacer pero no se limita, no le tiene miedo. 

—¿Lo dices por ella? —apuntó a la mujer a sus espaldas, la pelirroja alzó una ceja con obviedad—. Ella era una ladrona —acusa con desinterés y molestia—, ladrona de diamantes, de familias y personalidades —bufó y le dió la espalda a la mujer para observar el cadáver.

—Mi hermano está buscándote —dijo después de un rato de silencio. 

—Apuesto que ya lo hizo y no se atreve a venir a verme —respondió con falsa tristeza en sus palabras—. Tiene miedo.

—No, el sabe lo que haces. El llega a todos los lugares a donde vas y arregla tu mierda —le gritó la pelirroja, el hombre se gira y observa las lágrimas en los ojos cafés de la mujer—. No tiene miedo, te está ayudando. 

Suspiró y se acercó a la mujer. Sus tacones resonando en todo el lugar. El hombre no la detuvo, la observó, las manos a sus costados hechas puño, quizá reprimiendo algún impulso. 

—Mi padre no quería esto —susurró la pelirroja, bajando los párpados del cadáver de la mujer y quitando los cabellos de su frío rostro. No pudo ver la ira instalarse en la mirada del hombre. 

—Tu padre nunca supo qué quería —gruñó, la mandíbula apretada y la mirada sumergida en la furia y rencor—, ni a quién. Jamás lo supo. 

La pelirroja lo miró con atención. Se incorporó y se acercó a él hasta que sus manos enmarcando su rostro, temblaba de coraje. Ella asintió y besó su mejilla con cariño. 

—¿Nunca vas a perdonarlo? —susurró contra su mejilla. El hombre tomó sus muñecas y apartó sus manos de su rostro. La pelirroja lo observó con desconcierto. 

—Es que yo no creo lo que dijo. No tiene sentido —dijo con simpleza, como si no le importara. La pelirroja suspiró y negó. 

—Te juro que lo hizo para protegerte, James, después de Albus él iba a ir por tí. Él me prometió que uniría a nuestra familia de nuevo, él no miente, él… 

¡Ey! Ginevra (One-Shots) © [Harry&Ginny]Where stories live. Discover now